Capítulo 6 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'

 

Es una captura de pantalla de youtube. Tan solo se ve la barra de reproducción del vídeo, el título (que será el del capítulo que aparece justo debajo). La foto del perfil de Sam: elle tiene el pelo rizado castaño, piel castaña, ojos verdes, sonrisa ladeada, ojos con expresión de haber visto demasiado mundo). Luego están los botones de suscribirse,  de me gusta, me disgusta y la campanita.


Las palabras construyen fonema a fonema una atmósfera hipnótica, cálida, trepidante. Topanga posee grandes cualidades de oradora: ideas precisas encajadas con exactitud, gestos elocuentes que invitan a seguirla y ojos expresivos que te hipnotizan para que no te pierdas nada. Diría que es algo de familia. Quizá, tan solo se trate del efecto vampiro. ¿No lo conoces? Te explico: hace demasiados siglos, los vampiros —no la familia de Huy y Topanga en concreto— tenían la capacidad de embelesar a sus presas hacer más sencilla su alimentación. Vamos, cosas de depredadores. Si no entendí mal en su momento, esta capacidad estaba ligada un gen; en cierto momento de la historia, hicieron una caza de brujas y les mataron o experimentaron con elles. Por eso, se perdió prácticamente del todo. O eso cuentan las leyendas.

Upa, que me lío.

Por suerte, he puesto la cámara a grabar.

Es la primera presentación de Topanga fuera de España. Bueno, a ver, la verdad es que no recuerdo si ha hecho alguna, en realidad. Sé que trabaja como escritora fantasma y que ha publicado algunos libros con relativo éxito para ser novel, pero me da a la nariz que no es una de las grandes apuestas del pingüino. De hecho, antes, durante la comida con la regente de la librería, le ha comentado varias cosas: que tanto la organización como la financiación del viaje han corrido a cuenta de su propio tiempo y dinero, del de Top, claro. Por si te lo preguntas, por supuesto que la editorial distribuye su obra en México… bajo demanda. No obstante, hubo un gran tira y afloja entre el sello y Top para que tuviese lugar la presentación y coincidiera con el viaje para conocer al resto de su familia.

O eso he entendido.

Huyana y yo solo hemos sido espectadores de esa apasionada conversación. Les hemos escuchado como niñes educades que no hacen pasar vergüenza a sus neidres.

Me dejo fluir, qué quieres que te diga.

Está bien, lo confieso, tengo la mente en otro lugar. Me está molestando sobremanera que le Samir del pasado optase por no buscar ningún plan para tener datos en el móvil mientras viajaba. Eso de «así desconectaré y disfrutaré de mis vacaciones» le pongo muchas pegas ahora. Se me acumulan los problemas y la curiosidad por Nohai. Lo dejo ahí. Mi vida privada, creo, lleva demasiado tiempo parada. Si es que existe todavía. ¿Cuándo fue la última vez que quedé con mis amistades? ¿Y podría decir sin dudar la fecha de la última vez que vi a mis neidres? ¿Se ha reducido toda mi vida al resort, compañeres y amigues que he ido haciendo con los años?

Lo siguiente de lo que soy consciente es que la cámara se tambalea sobre el soporte improvisado. Por suerte, la salvo de que bese el suelo. Busco a la mala bestia que la ha golpeado y veo salir de la librería a un licántropo. Lo fulmino con la mirada, como si le importara. Ajá. Coloco la cámara de nuevo. Compruebo que continúa grabando y enfocada. Topanga continúa estando en el centro precedida por su novela. Me doy una palmadita mental en la espalda por mis buenos reflejos. Observo la vida fuera de la pantalla. La luz de primera hora de la tarde incide en el azul maya del pelo de Top, atrapando toda la atención de la sala. Sus ojos se han cerrado por una pregunta curiosa sobre el gato que aparece en la historia. Me percato de que su aspecto es el de un duende travieso, como Puck. A esa expresión le acompaña un vestido lavanda de tela vaporosa que flota a su alrededor y se ciñe en su cintura; lirios bordados lo decoran con un toque primaveral. Las estanterías y los libros dan el toque oscuro a la escena.

—Es la primera vez que mis obras se venden a este lado del océano y me hace muy feliz. No sé si lo sabéis, pero mi familia, mis padres, nacieron aquí, en Veracruz. por lo que es muy emotivo. —Toma el libro que hay en cima de la mesa y lo ojea—. Por esto, quiero agradecer a Valentina el haberme acogido para esta pequeña presentación. Tienes una librería muy linda. También os quería dar las gracias a quienes habéis decidido asistir. —Nos mira y sonríe.

Oficialmente, ha terminado la primera de muchas presentaciones de la nueva novela de Topanga, espero. Algunes de les presentes se acercan para que le firmen el ejemplar que han comprado. Giro la cámara hacia Huy que se encuentra a mi lado. Capto su emoción.

—¿Algo que añadir? ¿Algo que quieras recordar? —le pregunto contagiándome de sus emociones.

Pasea la mirada de la lente a su hermana. De su hermana a la lente. De la lente a su hermana. Una imagen vale más que mil palabras.

Corto la grabación.

Justo en ese momento se produce una conversación entre Topanga y un fan: un chico humano le cuenta que la conoció cuando escribía fanfics de Ranma  , que, pese a ser tímide en el mundo físico y el digital, siempre ha leído sus historias, incluso aquella que dejó inconclusa sobre una princesa con miedo a las tormentas. Le explica cómo, sin ella saberlo, le ayudó en momentos tortuosos. Observo cómo la cara de Topanga colecciona emociones desde el asombro tartamudeado, hasta la gratitud infinita, pasando por la alegría traviesa. Ella, tras la conversación emotiva, le pide al chico su perfil de redes sociales para seguirle también. Se cierra una etapa y comienza otra.

—Suerte que le he grabado este momento yo a mi hermana, porque parece que no almacenas aquellos recuerdos que me gustaría que alguien pudiera tener —me dice Huy guardando el teléfono e interrumpiendo mi narración interna de los hechos.

—Sabía que estabas grabando. —Me encojo de hombros sin apartar la mirada de lo que ocurre alrededor de Top.

—No lo sabías.

—Estoy mayor, pero no tanto, Huyana.

—Si no fueses tan cascarrabias, quizá, no lo pensase.

—Les vampires sois una cosa muy incisiva.

Le oigo chascar los dientes.

Contenemos risas para no restarle solemnidad al acto.

 

—Bueno —digo tirade en la cama junto a Huy. Miramos el techo de la habitación del hotel como quien mira el oráculo de Delfos.

—Bueno. —Elle es el eco de nuestra conciencia reacia funcionar hacia ningún lugar prolífico, pues las espinas y la oscuridad las sentimos acechando melosas en cada pensamiento que germina, justo entre las palabras que surten sin cesar entorno a nimiedades agrandadas por el zoom de la obsesión.

Silencio.

El lugar elegido por Huyana para pasar nuestros últimos días en Veracruz es un hostal familiar. Se trata de un lugar antiguo, con escaleras de madera desgastadas por el peso de la memoria depositada por les huéspedes, pinturas de muchos periodos que la conecta con semblanzas de las que fue testigo y estilos transversales y transbordados que decoran las paredes, alfombras ligeras hechas a mano con sueños cumplidos, cerámica con acentos del mundo entero decoran los muebles de recepción y las habitaciones. Convive lo originario y lo colonial. Huele a especias con ecos de caramelo. La elección ha sido porque les primeres propietaries eran amigues de la abuela de Huy. Ahora lo lleva un bisnieto o a algo así. A mi amigue le dio por investigar y aquí estamos. Creo que no pudo tomar mejor decisión. Me recuerda a mi juventud. A mi paso por estas tierras hace casi cien años.

—¿Crees que Topanga se ha creído eso de que esto ha sido cosa tuya? —Explota, Huy, la pompa que ha hecho con el chicle.

—¿Desde cuándo comes chicle? —pregunto arrugando la nariz.

—¿Desde cuándo te lleva sonando el teléfono? —Se ha girado hacia mí. Así que le imito y sostengo su mirada con desafío y hastío por el mundo.

—¿Hasta cuándo nos vamos a quedar aquí? —contraataco.

—¿Cuál es tu siguiente parada?

—¿Cuándo os vais a ir a vivir todes juntes?

—Una pregunta una respuesta.

Nos hemos ido acomodando hasta quedar le une frente a le otre: un brazo descansa debajo de nuestras cabezas, los ojos se han buscado para ver más allá de las simples palabras, las manos juguetean en un intento por conquistar más centímetros de la corcha colorida, los tobillos se han enredado en una promesa de ser honestos.

—Está bien —acepto.

—¿Es cierto que Rosita vive contigo, porque Ari le cayó demasiado bien? —Prefiero comenzar por lugares neutros, divertidos, sin demasiado trasfondo aparente.

—Nop, solo se quedó durante un fin de semana, porque Líz y Narut se marcharon a un evento de animación. —bajó la voz mucho para admitir lo siguiente—: Jamás lo reconoceré delante de tu hermana, pero no recuerdo los detalles, me pierdo con los nombres graciosillos de los estudios y con la terminología. —Rompe el momento elevando la vez, mostrando que el paréntesis se ha terminado—. Cuando Líz vino a por ella, se atrincheró en el hombro de Ari. Yo creo que es porque olía a pescado. —Huy me contagia su risa—. Ahora mi pregunta: ¿Qué tal le va a tu gente del resort?

—Me han echado del grupo hasta que vuelva. —Reconozco con fingido pesar.

—Es que eres un poco mamá pato. —Su mano libre despeina mi flequillo. Atrapo su muñeca y secuestrando a esos dedos inquietos.

—He hecho muy buenas amistades ahí… —Trato de quitarle importancia. Sé que me preocupo de más por elles. Sé que se pueden cuidar soles. Solo que quiero evitarles el mayor sufrimiento posible. Ya, ya sé que es imposible, que debería dejarlo por motivos muy sólidos y decentes, pero aquí estoy. Perro viejo no aprende trucos nuevos—. Mi pregunta: ¿libro favorito?

Vale, esa pregunta también es un poco por venganza.

—Paso palabra.

—No puedes. —Juego con sus dedos secuestrados.

El público de Lorca. —Reconoce, tras unos minutos demasiado largos, con cierto pesar por dejar otros muchos fuera—. Mi turno: ¿qué relación tienes con la persona que vimos en el Zócalo?

Ya había tardado en aparecer el tema.

—Ni si quiera sé si es la persona que conozco. —Le sostengo la mirada para que vea que es cierto.

—Ajá.

—Es verdad. Le escribí ayer por la noche, pero como no me he conectado a ninguna red hasta ahora, pues ni idea. —Ahora es elle quien tira de mi mano que aprisiona la suya para dibujar círculos en mi palma.

—Yo diría que mensajes tienes, de verdad que no para de sonar —se ríe.

—De verdad que creo que es el tuyo —digo con certeza.

Paramos de hablar para tratar de concretar de dónde viene.

Suena uno.

Suena otro.

Medio segundo de diferencia.

Rebuscamos los olvidados teléfonos por inéditos rincones surrealistas. Comenzamos por mirar debajo de las almohadas escuchantes de ilusiones y aventuras, entre los huecos verticales diminutos del sofacito estampado con flores oníricas, en los cajones con tiradores desiguales del armario comedido de secretos, en las zapatillas agotadas que nos quitamos en cuanto cruzamos el umbral, en la neverita cuca con bienvenidas prohibitivas en la cual ni siquiera cabe… Si no nos conociera, incluso, podría decir que evitamos conectar con el mundo exterior. Sería mentira si dijese que no nos hemos conectado a internet, lo has podido leer. Pero la gran parte del día solo hemos sido nosotres. Otras veces, nosostres y nuestras alas. Convertimos la búsqueda en una gran aventura…

…Hasta que llega Topanga y rompe el instante.

 

Toktok.

Huy abre la puerta en un abrir y cerrar de ojos. Siento la soledad de la falta de su fresquito corporal. Por eso me giro hasta caer de espalda al colchón. Soy la víctima en la escena del crimen.

—Habíamos quedado hace tres minutos en la entrada del hotel para ir a la cantina. —Su expresión de indignación es demasiado similar a la de Huy, lo sé me he levantado como Mushu resucitando para ser cortés.

—Oh, perdón, lady Marian. —Huy le hace una reverencia tan acentuada que su nariz chata casi acaricia el suelo—. Lo cierto es que no encontrábamos los teléfonos. Ha sido un retraso en contra de nuestra voluntad.

—No son esos que están allí —dice al tiempo que señala la mesita auxiliar que hay en un rincón para con dos silloncitos diminutos.

Guau, los ha encontrado con un simple vistazo a la sala. Supongo que querer encontrar algo en el menor tiempo posible hace que dejes de escoger sistemáticamente los lugares más absurdos para centrarte en los más posibles y realistas. Va, eso le quita emoción a nuestra aventura díscola. De todas formas te diré que es un gran misterio el cómo han llegado hasta ahí. Yo diría que ya hemos buscado en esa zona hace un rato. Bueno, no importa. Los recogemos y seguimos corriendo a Topanga por el pasillo. Nadie quiere llegar tarde, ¿o sí?

 

Doy medios pasos más cortos adicionando una distancia prudente entre les hermanes y yo. Me da a la nariz que ambes necesitan procesar juntes sus nervios. Huy, por su parte, me ha mostrado sus miedos a no encajar a romper una relación familiar que apenas se mantiene, a no saber conectar con una conversación que no salga de sus labios. Sin embargo, Top, por la suya, su agitación radica en la emoción ante una aventura, abrir su círculo, redescubrir una familia que tan solo conoce de unas postales de navidad. Observo con curiosidad su estampa, su dinámica, su complementación.  De repente, me pierdo en algunos recuerdos que guardo con Líz, y siento una punzada de nostalgia y otra de envidia. Nosotres no compartimos la infancia ni la juventud. Tan solo los últimos años han sido los más equilibrados (reconozco que me costó dejar de verla como mi diminuta hermana a la cual le contaba cuentos y creía que yo era un mago). Ha sido precioso descubrirnos a esta edad. Con parte de nuestras heridas recicatrizadas, cerradas o sangrando pero desinfectadas. Un día, hace un par de años o así, pasamos las navidades juntes, soles les dos, pues nuestros neidres se fueron de vacaciones juntes por su aniversario. Así que planeamos todo un día de pijama: maratón de series, manualidades, hicimos comida casera y aprovechamos para ponernos mascarillas, hacernos la manicura y peinarnos ridículamente. Me podría imaginar a Huy y Top haciendo algo similar.

Top se cuelga del brazo de Huy al tiempo que sus carcajadas las envuelven: permutas de ojos diluidos por sonrisas coordinadas por dicharacheras afirmaciones tan rocambolescas como divertidas tejidas por la ironía de bromas internas. Esa energía les hace no dudar cuando se sitúan frente a la puerta de la cantina y la abren sin pizca de duda. Entro tras elles, oteando el lugar. No obstante, la memoria es curiosa y el aroma del lugar golpea directamente en el centro del estómago pues ha despertado, desde la nariz, pasando por el cerebro, una morriña que no logro ubicar. Parpadeo. Madera vieja. Parpadeo. Dulzón alcohol. Parpadeo. Producto de limpieza. El lugar me es familiar. La distribución, el mobiliario, los colores son los típicos: una barra grande de madera oscura se alza como corazón del lugar con estanterías repletas de bebidas y paredes saturadas con fotos enmarcadas, las mesas de madera abren caminos y caminitos hacia ella. No hay mucha gente. Huy y Top se dirigen hacia la barra con paso decidido para encontrarse con una persona que tiene la misma complexión que Topanga, sin duda es Guadalupe. Su pelo corto castaño cae lacio sobre sus ojos. Sus suspiros descarados tratan de apartar el flequillo al tiempo que seca un vaso con un trapo blanco. Me parece gracioso cómo destaca su piel pálida con ese uniforme negro con chapas con la bandera queer, la lésbica, los pronombres masculinos y otra de Vi y Caitlyn.

Contemplo el encuentro desde lejos.

Con la cámara del móvil grabando.            

Centro toda mi atención en la sintaxis de sorpresa, en los sintagmas de la postura de Guadalupe, en los núcleos formados de las erráticas manos. No proceso el sonido, pese a que veo que están moviendo los labios. Solo me imagino todo con un aura llena de colores pasteles y brillos. Guadalupe sale de la barra y se lleva a sus primes en algún grado a una mesa estratégicamente colocada por si aparecen muchos clientes.

Guardo el teléfono privándome de la curiosidad ácida que se aloja en mi paladar.

Me acerco a la barra para pedir torito de nanche. El antojo se ha despertado fuerte en mí, y eso que ni siquiera me acordaba de la bebida. Ni tampoco de la última vez que la tomé. Con casi la misma soltura que une vampire, me siento en uno de los taburetes altos y llamo la atención de la cocinera que se ha quedado atendiendo a les parroquianes. Mi cara es un poema cuando caigo en quién es.

—¿Aya?

—¿Samir?

—¿Qué haces aquí?

—¿Qué haces aquí?

Nos callamos, pues nos estamos convirtiendo en el eco le une de le otre. Nos estudiamos y, pese al intento de no solaparnos, tardamos varios intentos en poder mantener una conversación inteligible.

えっと じゃあ サミールさんは 何が目的で がですか?—(Vaya, ¿por qué has venido, Samir?). No ha cambiado absolutamente nada. Su rostro redondo de un ligerísimo tono marrón. Sus ojos negros rasgados brillan con la alegría. Lleva el pelo negro larguísimo en un intrincado recogido tradicional de su país natal: Japón. Viste ropa blanca de cocinera. Por la muñeca veo ramas de un árbol de cerezo.

フヤナとトパガは私の友達。グアダルーペのいとこでもある。—Soy amigue de Huy y Top les primes de Guadalupe) comienzo a decir sin demasiada información, pues no esperaba encontrármela aquí, pese a que coincidimos aquí hace casi cien años. Cambio al español—. Estoy de vacaciones y he venido con mi mejore amigue, Huy, para disfrutar y acompañarle a conocer a su familia.

—Este, ¡qué chiquito es el mundo! Wey, cuéntame; ¿qué tal?, ¿qué es de tu vida?

La permuta de su acento se produce en una sola oración de manera rápida, natural, intrínsecamente ligada a aquel aprendizaje de antaño. Cuando me exilié en México, fui testigue de la llegada de algune japonés huyendo de su propio infierno. Aya fue una de ellas. Recuerdo que era una adolescente que rozó la edad adulta demasiado temprano. Su mirada era puro desafío. Estaba enfadada con el mundo por su deriva, por cortar su vida, una que quizá nunca podría remendar, por cómo el poder y el egoísmo lo seguían moviendo. Yo fui su segundo profesor de español. No resultó sencillo, pero, al final, nos hicimos amigues. Ella es una yôkai, no sé de qué tipo, tampoco he preguntado, tal vez, por eso nos llevamos bien.

Aprendimos quiénes éramos en la conversación y qué quedaba de aquelles clandestines de ese mundo pretérito. Descubrí que comenzó una relación con Guadalupe hacía poquito más de una década. En este espacio de tiempo, se marchó a su Japón natal, aunque no le gustó lo que descubrió, pues no quedaba nada de aquella, más que probable, idealización que se construyó con un abanico de futuros posibles. Cuando regresó, vagó por todo el continente. Convivió con otros yôkais, conoció pueblos originarios y aprendió de elles. Hasta que un día, sin más, decidió regresar a esta ciudad. Aquí conoció a Guadalupe y fue un amor queerplatónico a primera vista.

El relato pasa como un VHS defectuso por el uso y el paso del tiempo, pues entra algune parroquiane, está pendiente de algo que ha dejado en el fuego y limpia la vajilla acumulada en la fregadera. Por ello, tengo la sensación de que ha sido un encuentro tan efímero como nostálgico. Salgo de allí cuando me doy cuenta de que la reunión se está alargando más allá de la hora de la cena; lo cual quiere decir que me toca afrontar mis desastres pausados.

***

Extra VI


Chismes con Rosita. Pregunta del anónimo: ¿Cuáles es el libro favorito de Sam?. Primera respuesta de Rosita: Una pregunta no demasiado interesante, pero, bueno, creo que puedo tener una respuesta. Segunda respuesta: los libros de La bendición del oficial del cielo en la edición china



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