Capítulo 6 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'
Las palabras construyen fonema a fonema una
atmósfera hipnótica, cálida, trepidante. Topanga posee grandes cualidades de
oradora: ideas precisas encajadas con exactitud, gestos elocuentes que invitan
a seguirla y ojos expresivos que te hipnotizan para que no te pierdas nada.
Diría que es algo de familia. Quizá, tan solo se trate del efecto vampiro. ¿No
lo conoces? Te explico: hace demasiados siglos, los vampiros —no la familia de
Huy y Topanga en concreto— tenían la capacidad de embelesar a sus presas hacer
más sencilla su alimentación. Vamos, cosas de depredadores. Si no entendí mal
en su momento, esta capacidad estaba ligada un gen; en cierto momento de la
historia, hicieron una caza de brujas y les mataron o experimentaron con elles.
Por eso, se perdió prácticamente del todo. O eso cuentan las leyendas.
Upa, que me lío.
Por suerte, he puesto la cámara a grabar.
Es la primera presentación de Topanga fuera de
España. Bueno, a ver, la verdad es que no recuerdo si ha hecho alguna, en realidad.
Sé que trabaja como escritora fantasma y que ha publicado algunos libros con
relativo éxito para ser novel, pero me da a la nariz que no es una de las
grandes apuestas del pingüino. De hecho, antes, durante la comida con la
regente de la librería, le ha comentado varias cosas: que tanto la organización
como la financiación del viaje han corrido a cuenta de su propio tiempo y
dinero, del de Top, claro. Por si te lo preguntas, por supuesto que la
editorial distribuye su obra en México… bajo demanda. No obstante, hubo un gran
tira y afloja entre el sello y Top para que tuviese lugar la presentación y
coincidiera con el viaje para conocer al resto de su familia.
O eso he entendido.
Huyana y yo solo hemos sido espectadores de esa
apasionada conversación. Les hemos escuchado como niñes educades que no hacen
pasar vergüenza a sus neidres.
Me dejo fluir, qué quieres que te diga.
Está bien, lo confieso, tengo la mente en otro
lugar. Me está molestando sobremanera que le Samir del pasado optase por no
buscar ningún plan para tener datos en el móvil mientras viajaba. Eso de «así
desconectaré y disfrutaré de mis vacaciones» le pongo muchas pegas ahora. Se me
acumulan los problemas y la curiosidad por Nohai. Lo dejo ahí. Mi vida privada,
creo, lleva demasiado tiempo parada. Si es que existe todavía. ¿Cuándo fue la
última vez que quedé con mis amistades? ¿Y podría decir sin dudar la fecha de
la última vez que vi a mis neidres? ¿Se ha reducido toda mi vida al resort,
compañeres y amigues que he ido haciendo con los años?
Lo siguiente de lo que soy consciente es que la
cámara se tambalea sobre el soporte improvisado. Por suerte, la salvo de que
bese el suelo. Busco a la mala bestia que la ha golpeado y veo salir de la
librería a un licántropo. Lo fulmino con la mirada, como si le importara. Ajá.
Coloco la cámara de nuevo. Compruebo que continúa grabando y enfocada. Topanga continúa
estando en el centro precedida por su novela. Me doy una palmadita mental en la
espalda por mis buenos reflejos. Observo la vida fuera de la pantalla. La luz
de primera hora de la tarde incide en el azul maya del pelo de Top, atrapando
toda la atención de la sala. Sus ojos se han cerrado por una pregunta curiosa
sobre el gato que aparece en la historia. Me percato de que su aspecto es el de
un duende travieso, como Puck. A esa expresión le acompaña un vestido lavanda
de tela vaporosa que flota a su alrededor y se ciñe en su cintura; lirios
bordados lo decoran con un toque primaveral. Las estanterías y los libros dan
el toque oscuro a la escena.
—Es la primera vez que mis obras se venden a
este lado del océano y me hace muy feliz. No sé si lo sabéis, pero mi familia,
mis padres, nacieron aquí, en Veracruz. por lo que es muy emotivo. —Toma el
libro que hay en cima de la mesa y lo ojea—. Por esto, quiero agradecer a
Valentina el haberme acogido para esta pequeña presentación. Tienes una
librería muy linda. También os quería dar las gracias a quienes habéis decidido
asistir. —Nos mira y sonríe.
Oficialmente, ha terminado la primera de muchas
presentaciones de la nueva novela de Topanga, espero. Algunes de les presentes
se acercan para que le firmen el ejemplar que han comprado. Giro la cámara
hacia Huy que se encuentra a mi lado. Capto su emoción.
—¿Algo que añadir? ¿Algo que quieras recordar?
—le pregunto contagiándome de sus emociones.
Pasea la mirada de la lente a su hermana. De su
hermana a la lente. De la lente a su hermana. Una imagen vale más que mil
palabras.
Corto la grabación.
Justo en ese momento se produce una conversación
entre Topanga y un fan: un chico humano le cuenta que la conoció cuando
escribía fanfics de Ranma
, que, pese a ser tímide en el mundo físico y
el digital, siempre ha leído sus historias, incluso aquella que dejó inconclusa
sobre una princesa con miedo a las tormentas. Le explica cómo, sin ella
saberlo, le ayudó en momentos tortuosos. Observo cómo la cara de Topanga
colecciona emociones desde el asombro tartamudeado, hasta la gratitud infinita,
pasando por la alegría traviesa. Ella, tras la conversación emotiva, le pide al
chico su perfil de redes sociales para seguirle también. Se cierra una etapa y
comienza otra.
—Suerte que le he grabado este momento yo a mi
hermana, porque parece que no almacenas aquellos recuerdos que me gustaría que
alguien pudiera tener —me dice Huy guardando el teléfono e interrumpiendo mi
narración interna de los hechos.
—Sabía que estabas grabando. —Me encojo de
hombros sin apartar la mirada de lo que ocurre alrededor de Top.
—No lo sabías.
—Estoy mayor, pero no tanto, Huyana.
—Si no fueses tan cascarrabias, quizá, no lo
pensase.
—Les vampires sois una cosa muy incisiva.
Le oigo chascar los dientes.
Contenemos risas para no restarle solemnidad al
acto.
—Bueno —digo tirade en la cama junto a Huy.
Miramos el techo de la habitación del hotel como quien mira el oráculo de
Delfos.
—Bueno. —Elle es el eco de nuestra conciencia
reacia funcionar hacia ningún lugar prolífico, pues las espinas y la oscuridad
las sentimos acechando melosas en cada pensamiento que germina, justo entre las
palabras que surten sin cesar entorno a nimiedades agrandadas por el zoom de la
obsesión.
Silencio.
El lugar elegido por Huyana para pasar nuestros
últimos días en Veracruz es un hostal familiar. Se trata de un lugar antiguo,
con escaleras de madera desgastadas por el peso de la memoria depositada por
les huéspedes, pinturas de muchos periodos que la conecta con semblanzas de las
que fue testigo y estilos transversales y transbordados que decoran las
paredes, alfombras ligeras hechas a mano con sueños cumplidos, cerámica con
acentos del mundo entero decoran los muebles de recepción y las habitaciones.
Convive lo originario y lo colonial. Huele a especias con ecos de caramelo. La
elección ha sido porque les primeres propietaries eran amigues de la abuela de
Huy. Ahora lo lleva un bisnieto o a algo así. A mi amigue le dio por investigar
y aquí estamos. Creo que no pudo tomar mejor decisión. Me recuerda a mi
juventud. A mi paso por estas tierras hace casi cien años.
—¿Crees que Topanga se ha creído eso de que esto
ha sido cosa tuya? —Explota, Huy, la pompa que ha hecho con el chicle.
—¿Desde cuándo comes chicle? —pregunto
arrugando la nariz.
—¿Desde cuándo te lleva sonando el teléfono?
—Se ha girado hacia mí. Así que le imito y sostengo su mirada con desafío y
hastío por el mundo.
—¿Hasta cuándo nos vamos a quedar aquí?
—contraataco.
—¿Cuál es tu siguiente parada?
—¿Cuándo os vais a ir a vivir todes juntes?
—Una pregunta una respuesta.
Nos hemos ido acomodando hasta quedar le une
frente a le otre: un brazo descansa debajo de nuestras cabezas, los ojos se han
buscado para ver más allá de las simples palabras, las manos juguetean en un
intento por conquistar más centímetros de la corcha colorida, los tobillos se
han enredado en una promesa de ser honestos.
—Está bien —acepto.
—¿Es cierto que Rosita vive contigo, porque Ari
le cayó demasiado bien? —Prefiero comenzar por lugares neutros, divertidos, sin
demasiado trasfondo aparente.
—Nop, solo se quedó durante un fin de semana,
porque Líz y Narut se marcharon a un evento de animación. —bajó la voz mucho
para admitir lo siguiente—: Jamás lo reconoceré delante de tu hermana, pero no
recuerdo los detalles, me pierdo con los nombres graciosillos de los estudios y
con la terminología. —Rompe el momento elevando la vez, mostrando que el
paréntesis se ha terminado—. Cuando Líz vino a por ella, se atrincheró en el
hombro de Ari. Yo creo que es porque olía a pescado. —Huy me contagia su risa—.
Ahora mi pregunta: ¿Qué tal le va a tu gente del resort?
—Me han echado del grupo hasta que vuelva.
—Reconozco con fingido pesar.
—Es que eres un poco mamá pato. —Su mano libre
despeina mi flequillo. Atrapo su muñeca y secuestrando a esos dedos inquietos.
—He hecho muy buenas amistades ahí… —Trato de
quitarle importancia. Sé que me preocupo de más por elles. Sé que se pueden
cuidar soles. Solo que quiero evitarles el mayor sufrimiento posible. Ya, ya sé
que es imposible, que debería dejarlo por motivos muy sólidos y decentes, pero
aquí estoy. Perro viejo no aprende trucos nuevos—. Mi pregunta: ¿libro favorito?
Vale, esa pregunta también es un poco por
venganza.
—Paso palabra.
—No puedes. —Juego con sus dedos secuestrados.
—El
público de Lorca. —Reconoce, tras unos minutos demasiado largos, con cierto
pesar por dejar otros muchos fuera—. Mi turno: ¿qué relación tienes con la
persona que vimos en el Zócalo?
Ya había tardado en aparecer el tema.
—Ni si quiera sé si es la persona que conozco.
—Le sostengo la mirada para que vea que es cierto.
—Ajá.
—Es verdad. Le escribí ayer por la noche, pero
como no me he conectado a ninguna red hasta ahora, pues ni idea. —Ahora es elle
quien tira de mi mano que aprisiona la suya para dibujar círculos en mi palma.
—Yo diría que mensajes tienes, de verdad que no
para de sonar —se ríe.
—De verdad que creo que es el tuyo —digo con
certeza.
Paramos de hablar para tratar de concretar de
dónde viene.
Suena uno.
Suena otro.
Medio segundo de diferencia.
Rebuscamos los olvidados teléfonos por inéditos
rincones surrealistas. Comenzamos por mirar debajo de las almohadas escuchantes
de ilusiones y aventuras, entre los huecos verticales diminutos del sofacito
estampado con flores oníricas, en los cajones con tiradores desiguales del
armario comedido de secretos, en las zapatillas agotadas que nos quitamos en
cuanto cruzamos el umbral, en la neverita cuca con bienvenidas prohibitivas en
la cual ni siquiera cabe… Si no nos conociera, incluso, podría decir que
evitamos conectar con el mundo exterior. Sería mentira si dijese que no nos
hemos conectado a internet, lo has podido leer. Pero la gran parte del día solo
hemos sido nosotres. Otras veces, nosostres y nuestras alas. Convertimos la
búsqueda en una gran aventura…
…Hasta que llega Topanga y rompe el instante.
Toktok.
Huy abre la puerta
en un abrir y cerrar de ojos. Siento la soledad de la falta de su fresquito
corporal. Por eso me giro hasta caer de espalda al colchón. Soy la víctima en
la escena del crimen.
—Habíamos quedado
hace tres minutos en la entrada del hotel para ir a la cantina. —Su expresión
de indignación es demasiado similar a la de Huy, lo sé me he levantado como
Mushu resucitando para ser cortés.
—Oh, perdón, lady
Marian. —Huy le hace una reverencia tan acentuada que su nariz chata casi
acaricia el suelo—. Lo cierto es que no encontrábamos los teléfonos. Ha sido un
retraso en contra de nuestra voluntad.
—No son esos que
están allí —dice al tiempo que señala la mesita auxiliar que hay en un rincón
para con dos silloncitos diminutos.
Guau, los ha
encontrado con un simple vistazo a la sala. Supongo que querer encontrar algo
en el menor tiempo posible hace que dejes de escoger sistemáticamente los
lugares más absurdos para centrarte en los más posibles y realistas. Va, eso le
quita emoción a nuestra aventura díscola. De todas formas te diré que es un gran
misterio el cómo han llegado hasta ahí. Yo diría que ya hemos buscado en esa
zona hace un rato. Bueno, no importa. Los recogemos y seguimos corriendo a
Topanga por el pasillo. Nadie quiere llegar tarde, ¿o sí?
Doy medios pasos
más cortos adicionando una distancia prudente entre les hermanes y yo. Me da a
la nariz que ambes necesitan procesar juntes sus nervios. Huy, por su parte, me
ha mostrado sus miedos a no encajar a romper una relación familiar que apenas
se mantiene, a no saber conectar con una conversación que no salga de sus
labios. Sin embargo, Top, por la suya, su agitación radica en la emoción ante
una aventura, abrir su círculo, redescubrir una familia que tan solo conoce de
unas postales de navidad. Observo con curiosidad su estampa, su dinámica, su
complementación. De repente, me pierdo
en algunos recuerdos que guardo con Líz, y siento una punzada de nostalgia y
otra de envidia. Nosotres no compartimos la infancia ni la juventud. Tan solo
los últimos años han sido los más equilibrados (reconozco que me costó dejar de
verla como mi diminuta hermana a la cual le contaba cuentos y creía que yo era
un mago). Ha sido precioso descubrirnos a esta edad. Con parte de nuestras
heridas recicatrizadas, cerradas o sangrando pero desinfectadas. Un día, hace
un par de años o así, pasamos las navidades juntes, soles les dos, pues
nuestros neidres se fueron de vacaciones juntes por su aniversario. Así que
planeamos todo un día de pijama: maratón de series, manualidades, hicimos
comida casera y aprovechamos para ponernos mascarillas, hacernos la manicura y
peinarnos ridículamente. Me podría imaginar a Huy y Top haciendo algo similar.
Top se cuelga del
brazo de Huy al tiempo que sus carcajadas las envuelven: permutas de ojos
diluidos por sonrisas coordinadas por dicharacheras afirmaciones tan rocambolescas
como divertidas tejidas por la ironía de bromas internas. Esa energía les hace
no dudar cuando se sitúan frente a la puerta de la cantina y la abren sin pizca
de duda. Entro tras elles, oteando el lugar. No obstante, la memoria es curiosa
y el aroma del lugar golpea directamente en el centro del estómago pues ha
despertado, desde la nariz, pasando por el cerebro, una morriña que no logro
ubicar. Parpadeo. Madera vieja. Parpadeo. Dulzón alcohol. Parpadeo. Producto de
limpieza. El lugar me es familiar. La distribución, el mobiliario, los colores
son los típicos: una barra grande de madera oscura se alza como corazón del
lugar con estanterías repletas de bebidas y paredes saturadas con fotos
enmarcadas, las mesas de madera abren caminos y caminitos hacia ella. No hay
mucha gente. Huy y Top se dirigen hacia la barra con paso decidido para
encontrarse con una persona que tiene la misma complexión que Topanga, sin duda
es Guadalupe. Su pelo corto castaño cae lacio sobre sus ojos. Sus suspiros
descarados tratan de apartar el flequillo al tiempo que seca un vaso con un
trapo blanco. Me parece gracioso cómo destaca su piel pálida con ese uniforme
negro con chapas con la bandera queer,
la lésbica, los pronombres masculinos y otra de Vi y Caitlyn.
Contemplo el encuentro
desde lejos.
Con
la cámara del móvil grabando.
Centro toda mi
atención en la sintaxis de sorpresa, en los sintagmas de la postura de
Guadalupe, en los núcleos formados de las erráticas manos. No proceso el
sonido, pese a que veo que están moviendo los labios. Solo me imagino todo con
un aura llena de colores pasteles y brillos. Guadalupe sale de la barra y se
lleva a sus primes en algún grado a una mesa estratégicamente colocada por si aparecen
muchos clientes.
Guardo el teléfono
privándome de la curiosidad ácida que se aloja en mi paladar.
Me acerco a la
barra para pedir torito de nanche. El antojo se ha despertado fuerte en mí, y
eso que ni siquiera me acordaba de la bebida. Ni tampoco de la última vez que
la tomé. Con casi la misma soltura que une vampire, me siento en uno de los
taburetes altos y llamo la atención de la cocinera que se ha quedado atendiendo
a les parroquianes. Mi cara es un poema cuando caigo en quién es.
—¿Aya?
—¿Samir?
—¿Qué haces aquí?
—¿Qué haces aquí?
Nos callamos, pues
nos estamos convirtiendo en el eco le une de le otre. Nos estudiamos y, pese al
intento de no solaparnos, tardamos varios intentos en poder mantener una
conversación inteligible.
—えっと… じゃあ サミールさんは 何が目的で がですか?—(Vaya,
¿por qué has venido, Samir?). No ha cambiado absolutamente nada. Su rostro
redondo de un ligerísimo tono marrón. Sus ojos negros rasgados brillan con la
alegría. Lleva el pelo negro larguísimo en un intrincado recogido tradicional
de su país natal: Japón. Viste ropa blanca de cocinera. Por la muñeca veo ramas
de un árbol de cerezo.
—フヤナとトパンガは私の友達。グアダルーペのいとこでもある。—Soy
amigue de Huy y Top les primes de Guadalupe) comienzo a decir sin demasiada
información, pues no esperaba encontrármela aquí, pese a que coincidimos aquí
hace casi cien años. Cambio al español—. Estoy de vacaciones y he venido con mi
mejore amigue, Huy, para disfrutar y acompañarle a conocer a su familia.
—Este, ¡qué
chiquito es el mundo! Wey, cuéntame; ¿qué tal?, ¿qué es de tu vida?
La permuta de su
acento se produce en una sola oración de manera rápida, natural, intrínsecamente
ligada a aquel aprendizaje de antaño. Cuando me exilié en México, fui testigue
de la llegada de algune japonés huyendo de su propio infierno. Aya fue una de
ellas. Recuerdo que era una adolescente que rozó la edad adulta demasiado
temprano. Su mirada era puro desafío. Estaba enfadada con el mundo por su deriva,
por cortar su vida, una que quizá nunca podría remendar, por cómo el poder y el
egoísmo lo seguían moviendo. Yo fui su segundo profesor de español. No resultó
sencillo, pero, al final, nos hicimos amigues. Ella es una yôkai, no sé de qué tipo, tampoco he preguntado, tal vez, por eso
nos llevamos bien.
Aprendimos quiénes
éramos en la conversación y qué quedaba de aquelles clandestines de ese mundo pretérito.
Descubrí que comenzó una relación con Guadalupe hacía poquito más de una
década. En este espacio de tiempo, se marchó a su Japón natal, aunque no le gustó
lo que descubrió, pues no quedaba nada de aquella, más que probable,
idealización que se construyó con un abanico de futuros posibles. Cuando regresó,
vagó por todo el continente. Convivió con otros yôkais, conoció pueblos originarios y aprendió de elles. Hasta que
un día, sin más, decidió regresar a esta ciudad. Aquí conoció a Guadalupe y fue
un amor queerplatónico a primera vista.
El relato pasa como
un VHS defectuso por el uso y el paso del tiempo, pues entra algune
parroquiane, está pendiente de algo que ha dejado en el fuego y limpia la
vajilla acumulada en la fregadera. Por ello, tengo la sensación de que ha sido
un encuentro tan efímero como nostálgico. Salgo de allí cuando me doy cuenta de
que la reunión se está alargando más allá de la hora de la cena; lo cual quiere
decir que me toca afrontar mis desastres pausados.
***
Extra VI
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