Capítulo 5 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'

 

Es una captura de pantalla de youtube. Tan solo se ve la barra de reproducción del vídeo, el título (que será el del capítulo que aparece justo debajo). La foto del perfil de Sam: elle tiene el pelo rizado castaño, piel castaña, ojos verdes, sonrisa ladeada, ojos con expresión de haber visto demasiado mundo). Luego están los botones de suscribirse,  de me gusta, me disgusta y la campanita.


Capítulo 5. La amistad en tiempos de viaje: cómo una historia familiar me dejó con la barra de cargar en la frente


3 de abril.

Un autobús.

En algún punto entre Ciudad de México y Veracruz.

Murmullos, ronquidos, conversaciones a través del teléfono.

Enciendo la cámara.

La apoyo en mi pierna. Enfoco a Huy en un muy poco favorecido plano contrapicado. Casi parece la amiga esa que no quiere desvelar su identidad, pero que realmente eres tú. Dos trenzas flojas asoman por una gorra negra con el logo de Zirimi Estudios. Por algún motivo, nos hemos vestido igual: bermudas tipo chándal como vaqueras negras y top color borgoña de tirantes con ballenatos adelante y gomitas atrás y una sudadera recortada a la altura del pecho del mismo color de los pantalones de manga corta.

Le doy al botón de grabar.

Trato de mantenerla ahí.

—Huy —llamo su atención. Elle está mirando por la ventana desaparecer el paisaje desestructurado por la velocidad y el tiempo—. Vamos a Veracruz para visitar a tu familia, ¿no?

Se vuelve a mí. Me mira cómo si le costase salir del mundo interior por el cual se ha perdido. Sonríe poco a poco, desde los ojos hasta la boca, pues ha procesado la información de manera progresiva, tomándose su tiempo para comenzar su relato, pues se ha dado cuenta de que he puesto la cámara para grabar.

Se aclara la garganta.

—Sí, vamos a ver a mi familia.

Silencio.

Espero.

Su sonrisa llena de colmillos me reta.

—Ajá.

—Ajá.

El autobús tiembla con un bache. Murmullos, ronquidos, conversaciones a través del teléfono hipan. Curva a la derecha. Un coche azul nos pasa. La cámara atrapa el segundo de azoramiento que parpadea en el rostro de Huyana. Elle atrapa mi mano libre y comienza a jugar con mis dedos, a dibujar las líneas de la palma de mi mano. Enreda sus piernas con las mías y recoloca la cámara. Le doy un beso en la mejilla.

Suspira.

—Bueno, pues las raíces de mi familia están en Veracruz. Bueno, no sé si sus raíces, concretamente, pero sí parte de la familia; tanto la de mi padre como la de mi madre. El caso es que tengo ascendencia totonaca. Todo esto ya te lo había contado, ¿cierto? —No espera a que conteste, continúa hablando—: Bueno, mis bisabuelos maternos regentaban una cantina que se llenó de españoles con el exilio que comenzó con la guerra civil.

»Por eso, mis abuelos maternos crecieron escuchando historias sobre España. Bueno, mi abuela materna era hija de les duñes, mi abuelo materno de une de les trabajadores. Así que ambes se hicieron mayores con ganas de visitar aquel país que parecía uno de esos cuentos de hadas europeos que escondían los libros desgastados que les regalaron en uno de sus primeros cumpleaños. Sus infancias fueron inquietantemente similares. Aunque muchas veces pienso que la mía y la del vecino de enfrente o de une niñe de tres cientos kilómetros dirección sur también tendrá similitudes; no sé, algún libro, juguetes, viaje de vacaciones…

»El caso es que, entre que mis bisabueles no hablaban mucho de sus raíces, porque, claro, el estigma y odio hacia les natives, a les clandestines, existían. Por eso preferían que cada generación se desligase un poco más de ello. El silencio era su protección. Incluso mis bisabueles usaban el apellido español de uno de sus neidres. De la época en la que comenzó la conquista. Me contó algo de un explorador que se perdió y casi se envenena con una planta o algo así. Sí, eran muy muy mayores, pero es que mis tatarabueles eran vampires de les de antes, de eses que vivían con su propio calendario, sin mimetizarlo con lo de les humanes, por lo que sus edades eran diferentes. Diferentes porque los años vampiros son… No sé, ¿uno de vampire, son diez de ser humano? ¿O eran veinte? Bueno, no importa. Solo que nuestro ritmo es mucho más lento. Pese a que físicamente dejamos la infancia y adolescencia al mismo tiempo, luego solemos vivir más. Ya, vale, ya lo sabes.

»Ya me he liado. —Se recoge el pelo en una coleta—. Eso, que mis padres estaban un poco desligados de sus culturas: de la herencia nativa y de la clandestina. Estaban fascinades por ese mundo exótico, lejano, de cuento de hadas. Al tiempo que crecieron, hicieron planes para marcharse. En el proceso liaron a sus parejas de entonces: mis otros abueles. Cuando uno de les exiliades decidió regresar a España para hacerse cargo de uno de sus familiares, pues se encontraba muy enferme y no quería arrepentirse de estar en esos momentos duros, decidieron no dejar pasar la oportunidad.

»Les cuatro se hubiesen marchado con él sin dudarlo. Te diré que ni siquiera se había terminado la dictadura. Eran momentos duros, pero eran jóvenes y tenían la promesa de trabajo (qué te voy a contar a ti): ellas servirían en casa del exiliado; ellos trabajarían de albañiles. Les había ayudado con todo lo necesario para que pudieran empezar una vida en un país que, en realidad, nadie conocía.

»¿Sabes? Siempre he pensado que él, el exiliado, no se quería marchar de Veracruz, pero tener compañía para realizar la odisea de vuelta, le llenó de la energía que necesitaba para regresar.

»Fíjate en el desastre: mis abueles tenían las parejas cambiadas, y a punto de marcharse a un país bastante complicado y la ilusión de descubrir esas ciudades, leyendas y paisajes de los cuales les habían hablado.

»No, no hables, déjame terminar. —Me tapa la boca con las dos manos.

»Al final, mis abueles no se marcharon en ese momento por varios motivos familiares. —Regresa a su postura anterior—. En ese tiempo. Las parejas cambiaron y se quedaron como debían para que yo naciera. —Su risa tintinea por nuestra sección del autobús. La mía le hace el eco—. Se marcharon a España cuando mis padres ya habían nacido y la dictadura había caído. El Azar les llevó a separarse (a mis abueles maternes y paternes). El resto de esta historia es, nunca mejor dicho, historia.

»Pero no fue el final del resto de la familia: mis bisabueles paternos tenían otres dos hijes. Se llevan décadas. El mayor se marchó buscando sus raíces nativas. La menor, se quedó con la cantina (les maternes no tenían a alguien a quién legársela). Mis bisabueles murieron cuando yo era muy pequeñe. No les conocí. Y yo no vine para celebrar el rito funerario correspondiente, claro. Creo que la menor tuvo une hije. ¡Pero eso no es todo! Mi bisabuela materna tenía dos hermanes. No sé mucho acerca de elles.

»En principio he quedado con Guadalupe, el hijo de mi tía abuela, la que se quedó con la cantina. Es una lesbiana que usa pronombres masculinos. Su padre es uno de esos exiliados españoles, de les jóvenes que vinieron con ganas de revolucionar el mundo. Va a ser muy gracioso, porque yo soy la española, pero no lo parezco (no a lo que se esperan) y él parece español (de nuevo, a lo que se espera) y es de aquí.

—Creo que me he perdido —digo después de esta historia trastabillada—. Tus abueles y tus neidres vinieron a España. Pero tus abues se volvieron a separar y rejuntar con sus verdaderos amores, y luego tus neidres vivieron una de esas historias de manga de los noventa, ¿no? O sea —Noto que me voy a meter en un jardín, así que reestructuro todo mi discurso—, que se enamoraron de la imagen de un país narrado desde la nostalgia de quien no puede volver y criaron aquí a sus hijes, quienes, a su vez, tuvieron descendencia y terminaron de echar raíces. Siento que tus neidres son la conclusión de toda esta historia enredada. Incluso un poco de esa pariente tuya que se quemó allá donde el zócalo…

—A veces pienso que mis ancestros me odiarían por marcharme al país que los conquistó. —Agita la cabeza para espantar al fantasma que le ha acompañado desde hace demasiado tiempo—. Luego me acuerdo de lo que la mejor manera de honrarles es no olvidar su legado ni su lucha y seguir hablando de ella. No importa que los sienta lejanes. Siguen siendo parte de mí, tanto como la cultura española en la cual he crecido.

—Al final vas a tener razón en eso de que eres más madure que yo. —Sacudo la cabeza—. Yo tardé bastante en llegar a esa conclusión —bromeo. Separo mis manos de los gestos erráticos de las suyas. Coloco mi palma contra la suya—. Creo que yo siempre he sido más rebelde que tú.

—¿Antes o después de ser le hije perfecte? —Dejamos caer las manos a la vez.

—Durante. —Vuelve a sonreír con esa boca llena de dientes.

—Oh, tienes un pasado oculto. —Apoya el codo en mi reposacabezas y me despeina los rizos.

—No es oculto. —Busco mi espacio: cierro los ojos y cruzo los brazos. Eso sí dejo la cámara en el espacio entre los dos asientos, no me importa donde apunte—. Del mismo modo que no te puedo hacer un spoiler de una película de hace sesenta años.

—Me niego a que me destripes Los siete samuráis. —Adopta mi misma postura.

—Me estás dando vergüenza ajena. Me niego a seguir hablando contigo. Buenas noches. —Me giro y le doy la espalda.

—Pero si es de día. Hace ya muchas horas que ha amanecido —me dice agitando mi hombro.

Me giro. Le quito la gorra que lleva. Me tapo los ojos y finjo que duermo.

—¿Dejas la cámara encendida por algo? ¿Eres une vouyer y yo no lo sé?

—Pamplinas.

Apago la cámara e intento dormir. Para lograrlo, me recuesto sobre el hombro de Huy y abrazo su brazo (¿te has dado cuenta de lo redundante que suena?)

 

—¿Todavía seguimos en el autobús? —pregunto cuando me despierto, justo después de bostezar.

—No, que nos hemos teletransportado en algún momento en la última hora en la cual tú estabas dormido y ahora estamos en la habitación cómoda de un hotel.

—¿Hotel? ¿No nos acogen tus familiares? —Me separo de su hombro con sorpresa somnolienta.

—Pues —apoya la espalda contra la ventana—, prefiero dejar un espacio por si las cosas salen mal por algún motivo. —Se cruza de brazos. El protector solar brilla sobre su piel. No, no es une vampire de Crepúsculo.

La observo durante unos segundos con detenimiento: me ha quitado la gorra que yo le había quitado con anterioridad. Se la ha calado tanto, que no puedo ver bien su expresión. Por favor, no te olvides de que lleva gafas de sol siempre… La mayor parte del tiempo. Miro en derredor: las conversaciones ya se han apagado, pues han dado paso al inequívoco frufrús de los envases de aperitivos y las roscas de los tapones de las botellas. Vuelvo a centrar la mirada en Huy.

—Si eso te causa algún problema, puedes echarme la culpa de quedarnos en un hotel a mí. Al fin y al cabo, yo he organizado las vacaciones. Un error lo tiene cualquiera. O no un error. Soy una persona extraña que prefiere su espacio: demasiado introvertido, demasiado poco social. —Me despatarro en el asiento. Me cubro la cara con los rizos. Cierro los ojos.

—Creo que si haces justo esto. —Esta pausa la entiendo como que está abarcándome con la mano—. Se lo creerán.

—Dame una señal y te saco de dónde quieras. —Giro el rostro para mirarle y guiñarle un ojo.

—Fénix.

—¿Qué?

—Que «fénix».

—Si tú me dices «fénix», lo dejo todo.

—Eso es muy bonito y, tal vez, una sentencia para ti.

—¿Puedo arrepentirme?

—Nop.

—¿Le hiciste lo mismo a Valka?

—¿Comprar su amistad con una promesa hecha en una situación sensible? —Se tumba en mi regazo y mira directamente a mis ojos—. Yo que pensaba que eras amigue míe por mi carisma y que tu ofrecimiento era sincero. —Niega con la cabeza tratando de contener una risa—. Soy un amor y una amistad irresistible, eso os enamora.

—Está bien, está bien. Tienes razón: eres un amor. —Las risas—. Pero, en serio, si te sientes incómode o si necesitas una excusa para justificar que no te quedes con elles o marcharte para tomar una bocanada de aire, soy todo tuye.

La emoción se escapa de maneras torpes, pues nuestras maneras siempre son ajenas a la norma. Nace del pecho una vibración. Se desplazan con un hormigueo por nuestros brazos. Sale con sonrisas enredadas, brillos chispeantes en las pupilas, movimientos vergonzosos que crean espacios irrepetibles de comedia griega.

 

El autobús se para.

Se hace un segundo de silencio.

Comienza el murmullo que no tarda en a elevarse a ruido y jolgorio por el final del viaje.

Los sucesos se concatenan:

Huy me arrastra hasta un taxi parado.

Habla con la chófer.

Me hace señas para que me suba.

Lo hago detrás de elle.

Le pregunto adónde vamos.

Su sonrisa es toda respuesta.

El taxi se desliza entre el tráfico de la una de la tarde que gotea de manera crónica como una fuga. Las sorpresas no me disgustan, por lo que me dejo llevar por lo que sea que ha preparado Huyana. Fijo la mirada en la ventana y no en la pantalla del móvil de mi amigue (no quiero ser cotilla y ver lo que sea que esté revisando). Trato de recordar cómo era esta ciudad antes. En aquella época en la cual viví aquí más tiempo del que tenía previsto. En aquella que es la misma que vivieron sus abueles. Esa en la cual se enamoraron de un país narrado con morriña. Recorro un pasillo de recuerdos llenos de polvo, opacos, enmarcados. Toco algunos para dejarme embriagar por una nostalgia cálida por unas amistades que desaparecieron, otras que nos desperdigamos, mascotas que disfruté, comidas que me muero por volver a probar.

Me pilla desprevenide que el taxi haya parado y Huyana me esté tendiendo una mano para ayudarme a salir. Parpadeo despacio, como si el sol hubiese deslumbrado mi concentración. Huy sonríe. Yo sonrío. Le tomo la mano y salgo para toparme con una librería que tiene un aspecto demasiado similar a las antiguas tiendas del resort. Me atraviesa un sentimiento cálido, suave, de añoranza.

—¡Por fin habéis llegado! —Tan solo veo un pelo azul sobre salir detrás de la figura de Huyana.


 

Extra V

 

En el capítulo 2 Ela dejó un comentario sobre que Sam y Otto (Otto es uno de sus vevés de la saga “Veronica Vanella”. Cotillead el perfil unici8). Me gustó mucho su idea, así que pensé que en el extra V sería un buen lugar para hacer este mini crossover. Lo más curioso es que ha coincidido (más o menos) con el cumpleaños de Ela, por eso el capítulo ha salido hoy y no el domingo. Espero que te guste mucho, amigue ^^. Y al resto, por supuesto <3.

Es un encuentro efímero. En el Monasterio de Piedra en la provincia de Zaragoza (España). Disfrutad de estas dos personas que se encuentran y hablan de nada y de todo a la vez.

Monasterio de piedra de Zaragoza.

En algún momento indeterminado del tiempo y el espacio.

El cierzo mece mis rizos haciendo que mis ojos jueguen al escondite con el sol. La imparable corriente fluye hasta romper contra las piedras desgastadas. El sonido se cuela entre mis pensamientos arrullándolos, deleitándolos, cortejándolos. Recuerdo muy bien aquella primera vez que volé por aquí. Fue cuando el lugar lo desalojaron por la guerra de independencia y no quedó ni un ser humano: un cementerio forzado por un juego político tergiversado por monarcas y totalitarios. Aquella primera noche resultó mágica, pues me brindó la oportunidad de transformarme sin a ser un nombre más olvidado por la crueldad de una persecución.

Borracho de saberme quebrador de la ley, la mañana siguiente me la pasé vagando con la brisa fresca del alba por entre el monasterio con la cúpula caída. Al medio día jugué por las partes cavernosas. Las noches eran para el agua, para deleitarme con el reflejo de mis llamas sobre esa superficie tan cambiante. Llegué a conocer el funcionamiento de las corrientes tan bien como la palma de mi mano.

Si te lo preguntas: vivía exclusivamente en esa forma.

Los días, meses, años privade de la opción de transformarme en fénix enmarañaron mi esencia, mi mente, mi propia concepción. Así que simplemente fui olvido. El tiempo se transformó en aquel mazo de carta que me repartieron cuando nací. Uno con cuatro opciones que barajaba de maneras creativas para no afrontar ese mundo beligerante. Alimenté mi alma con el sol. Ahogué cualquier retazo de pensamiento con la velocidad de mis alas. El crepúsculo me prometió interminables porvenires sin sociedades aciagas.

Nunca nadie me encontró.

Estiro la mano en un inconsciente intento de alcanzar aquella sensación de libre albedrío.

La periferia de mi visión capta briznas de algo que probablemente complicará mi jornada. Aunque, claro, quizá no debería estar en este lugar en un día como hoy. Suelto el aliento que no sabía que estaba conteniendo. Centro mi atención en aquel ente extraño. Un cuerpo tendido en la cueva inferior de la cascada. Me encaramo a la barandilla para tratar de distinguir algo más que sombras. Lo cierto es que no estoy muy lejos, pero, tal vez, mi vista ya no sea lo que era. Quizá, se acerque ese momento de ¡bum!, llamas y renacer de mis cenizas. Oye, ¿no crees que eso da para el título de un libro? No sé, ¿para fantasía con romances épicos o algo? Piénsalo.

Giro el cuello para vislumbrar una masa blanca. Una con forma humana. Eso oscuro que se ve deben ser las zapatillas. Está como encajado, sentado, con el pelo blanco tapándole parte de la cara. Me encuentro yendo hacia esa persona antes de procesar siquiera el siguiente paso de mi plan. Bajo los pocos escalones que hay para acceder a esa parte. Apoyo la mano derecha en el lateral de la gruta. Inclino poco a poco los hombros manteniendo las caderas en su sitio para no perder el equilibrio. Ante mi, se descubre que es un veela.

—Creo que tienes gusto para huir —digo cuando me doy cuenta de que está despierto.

—Quizá no para mantener la ropa limpia. —No levanta la vista.

—¿Un mal día?

—No especialmente.

—¿Y? —Me siento frente a él. No en realidad. O sea, sí que estoy en el lado opuesto que él, pero desde fuera. Prefiero no entrar y ocupar su espacio. También le he dado tiempo para que me diga si quiere estar solo. Ante todo, hay que ser educade.

—No sé, hay algo —hace un gesto para abarcar el lugar— aquí que me transmite paz.

—Ya. Es parte de la magia de este espacio. —Trato de leerlo.

—¿Algún suceso extraño que ronde el lugar? —pregunta mirándome por primera vez directamente a los ojos.

—Un grupo de monjes cistercienses y la repoblación tras la conquista de les cristianes. —Me encojo de hombros—. Y lo que pasó entre el resto de sucesos colindantes parece ser un auténtico misterio. —Tomo una piedra plana que tengo cerca y la tiro al agua haciéndola rebotar por la superficie.

—¿Un misterio? —La curiosidad le termina de sacar de su propio mundo.

—Todo es un misterio que sigue la típica norma de no hablarlo para que se olvide.

Nos quedamos en silencio. Observo cómo el cielo se pinta con brochazos erráticos de blanco tenue en lugares estratégicos para no tapar el sol. Espero. Siempre se espera en estas situaciones.

—Y, ¿hay alguna teoría? —su timidez me resultó muy tierna.

—Bueno, siempre las hay, ¿no? Más si incluyen clandestines. —De nuevo, me encojo de hombros restándole importancia. Todo el mundo sabe aquí que nos sobrevuela constantemente la bruma de una leyenda negra moteada por el silencio.

Lo veo asentir con cautela, diría que teme que pueda leer más allá de esa tensión de los hombros o esos ojos expresivos. Se debate entre si preguntarme más o no, en si me molestaría o pensaría que es demasiado intenso, demasiado él, probablemente.

Termino con ese litigio interno:

—Dicen que, una vez, este fue territorio fénix. Sus vuelos dejaban estelas fantasmagóricas en las noches más oscuras, rondaban las frescas aguas cristalinas jugando con sus reflejos y su sed ardiente, se alimentaban de pequeños frutos e insectos con la sabiduría de quien conoce el equilibrio del mundo.

»Debía de ser una estampa hermosa. —dejo que mi voz se empape de una emoción contenida—.

»Pero, como todo, el ser humano se propuso dominarlo, conquistarlo hasta que solo quedasen las cenizas. Cuentan las malas lenguas que una de las aves, la última que quedó con vida, se alió con une joven que trató de ayudarles a huir, a sobrevivir. Así nació le primere clandestine metamorfo que se pudo transformar en fénix.

»La magia que se siente es la de las cenizas que absorbió la tierra de les fénix. —¿Me he puesto demasiado intense?

—¿Y eso es verdad? —Se había incorporado más, acercándose a mi posición para no perderse ni una sola vocal.

—¿Quién sabe? Hace mucho que les fénix no existen. Es solo un mito más. —Quito una brizna de mi pantalón con gesto indiferente.

—Acaso, ¿no lo somos todes?

Touché. —Le miro para sonreírle.

—No pasa un día en que no piense cómo sería ser completamente humano, sin transformaciones, sin poderes veela, ni magia, tan solo problemas «sencillos». —Se despeina un poco el flequillo sin darse cuenta.

—Transformase siempre es un momento… extraño. Sientes que se te queman las venas, las texturas nuevas…

—¡Picándote en la piel! —termina por mí. Nos reímos en la compresión. —Es como que nunca te llegas a acostumbrar a ello.

—Yo a veces prefiero no acostumbrarme.

Su extrañeza trae el silencio de regreso.

—Sí, no sé. No somos una cosa o la otra. Somos nuestro conjunto. Tengo la certeza de que sin ese aviso físico se nos olvidaría el cuerpo que habitamos. Tal vez, llegaríamos a perdernos en una de nuestras formas.

—Eso. —Frunce el ceño—. Eso suena demasiado extremo.

—Puede ser. Pero no pruebes las drogas. —Paso las manos por detrás de mi cabeza para apoyarme en ellas y, a su vez, en el pedazo de pared rocosa de mi espalda.

Se ríe.

Claro.

Tan solo es una broma más de un personaje excéntrique, ¿no?

—Había venido a esta cueva, porque tengo a una de mis parejas recreándose al sol mientras se fijaba en cada uno de los detalles del lugar y este me había parecido un buen sitio para descansar. —Me cuenta sin salir del todo del manto protector de las sombras.

—Y no quemarte. Muy sensato para un inglés —bromeo.

—Medio inglés.

—Eso debe de haberte salvado. —Tiro otra piedra al agua.

Se ha creado ya una camaradería que vibra entre nosotres, y genera eco entre las paredes de la cueva, las plantas que enmarcan mi figura hasta perderse en el cielo.

—Aquí no se está mal del todo, pero, si te apetece vivir una aventura por una zona llena de naturaleza y sombra, te podrías venir conmigo. Así luego podrías llevarte a tus parejas y deslumbrarles, ¿qué te parece?

Me levanto mientras espero su respuesta. Le quito el polvo a los pantalones. Estiro la espalda.

Una mano irrumpe en mi campo de visión.

—Vivamos esa aventura. —Me fijo en su sonrisa—. Quizá me puedas contar también más historias de esas.

Le tomo la mano para cerrar el trato.

—Genial. Por cierto, soy Sam.

—Yo, Otto.

 

¿Continuará?

 

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