Capítulo 4 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'

 

Es una captura de pantalla de youtube. Tan solo se ve la barra de reproducción del vídeo, el título (que será el del capítulo que aparece justo debajo). La foto del perfil de Sam: elle tiene el pelo rizado castaño, piel castaña, ojos verdes, sonrisa ladeada, ojos con expresión de haber visto demasiado mundo). Luego están los botones de suscribirse,  de me gusta, me disgusta y la campanita.


Capítulo 4: No creía en Huy hasta que pasó esto

 

Pie derecho adelantado.

Dibujo un arco con él.

Giro.

Horizonte eterno contenido en la lente de la cámara paralela al piso.

Inauguro el barrido acompasado por la pereza matutina con una panorámica de la Catedral de la Asunción de María de México. EL objetivo de mi cámara capta los chismes históricos que funcionan como anexo de la arquitectura del templo. Convivencia de siglos empastados por el arte de movimientos pendulares de los cuales se nutre —en realidad, de masticar y reinterpretar lo humano, lo divino y sus ansias—: gótico, barroco, churrigueresco y neoclásico. Disgregadas manchas verdes ocupan el primer plano en el giro, son los árboles de raíces enredadas en el pasado que solapa eventos que merecen ser sanados y no olvidados. Coqueto se muestra, en el abismo de la esquina del cruce entre calles, el Museo del Templo Mayor, intuyéndose a su vez la plaza Manuel Gamio, antes de ser eclipsado por el Palacio Nacional, el cual se yergue con longitud casi eterna. El barroco sobrio sostiene al neocolonialismo. Cantera chiluca, tezontle de diversas tonalidades, molduras, colección ventanas rectangulares dispuestas en filas ordenada como los documentos que guarda recorren la fachada en tamaños diferentes según la altura que ocupen, almenas rematan la parte superior. La armonía geométrica la rompen tres cuerpos, tres entradas: Puerta Mariana, Puerta Principal, Puerta de Honor. Giro. Giro. Giro por el zócalo hasta que la lente registra, al sur, el Antiguo Ayuntamiento y el Edificio de Gobierno auspiciado por la misma historia de reconstrucciones transversales por el tiempo, por el poder ocupado tallado en piedras reubicadas que tantos ojos vieron y hablaron. Curiosidades de regímenes suman las arquitecturas de los factores anteriores hasta mezclarse en el actual producto de patrimonio histórico. La monumentalidad del poder deja paso, al este, al comercio; la declaración de intenciones la hace el Viejo Portal de Mercaderes. Los portales cobijan series de intercambio capitalista coronado por la fiebre del oro. Las oficinas vigilan en los pisos superiores el devenir de un futuro estipulado en crecimientos de riquezas exponenciales que vuelan más allá de cualquier regla natural. Giro. Giro. Giro hasta terminar casi en el punto de inicio de este plano secuencia.

«Casi» es el plano americano del rostro de Huyana obnubilado por el arte, pero también por la vida del zócalo. Se ha transformado en un punto de turismo, pero también de acción cultural y social. Si esto lo editase, le otorgaría a la figura de mi amigue un parpadeo vanguardístico, sería ese canal desintonizado que hipa, que deja estela de movimientos incompletos, pues se ha convertido en el compendio de ideas de miles de futuros alternativos sin tres ni revés, de descentralización por un pasado que le es tan propio como las semblanzas familiares y tan mitológicos como los miles de kilómetros que le separan de su hogar.

Huyana

Si me sigues grabando, vas a tener que pagarme por ser le prota de tu película (bromea).

Sam (o sea yo)

(Siempre soy la voz en off). Siento defraudarte, pero esto no es una película, son solo recuerdos. Y lamento comunicarte, que tú también formas parte de ellos.

Huyana

(Sonríe. Cambia el gesto seguido para dibujarse la perspicacia). Ya que mencionas lo de los recuerdos, ¿dónde se encontraba tu nostalgia por acumular recuerdos cuando la señora nos ha contado esa bonita fábula? Creo que ha sido un regalo muy bonito.

Sam (o sea yo)

Está grabada en mi móvil. (Lo saco del bolsillo y lo pongo delante del objetivo).

(Huyana dibuja una O con los labios como toda respuesta).

Sam (o sea yo)

¿Por dónde te apetece comenzar?

Huyana

Lo lógico sería empezar por la Catedral, que la tenemos enfrente. Luego vamos viendo qué nos da tiempo a ver.

Fundido a negro. Plano contrapicado del retablo de la catedral. Despacio muevo la cámara para captar todos los detalles, la grandiosidad del tamaño, la emoción religiosa de todas esas figuras mirándonos, casi juzgando nuestro camino vital. Los murmullos se convierten en el ruido diegético de este film memorístico.

Huyana

Oye (su voz se filtra desde fuera del plano, en un susurro casi gritado para llamar mi atención), ¿cuál es tu santo favorito? A ver, no sé si te lo has preguntado alguna vez. Ni siquiera sé si practicas alguna religión o crees en algo, pero, no sé, te has criado en España, y las últimas décadas también las has vivido aquí, así que, quizá, sí tengas algune favorite o que te llame la atención o, no sé…

Dejo que su verborrea llene el plano extraño del altar cortado por un grupo de turistas a los cuales un joven autóctono le está contando alguna anécdota reciente del lugar.

Sam (o sea yo)

Supongo que San Sebastián no puede no ser mi santo favorito. (Mi pausa la patrocina una risilla que parece colarse por entre el viento de una campanilla de aire). Y sí, creo en algo. ¿Y el tuyo?

Huyana

Me gusta San Sebastián, pero me quedo con Judas, el de las causas perdidas.

Sam (o sea yo)

¿A caso te consideras una?

Huyana

Depende de a quién le preguntes. Probablemente Topanga te diría que sí. Tal vez, mi madre también. Toulouse diría que no lo soy. Valka… Valka es demasiada buena amiga como para verme como una causa perdida, probablemente me pegaría por si le dijera que pienso que soy un desastre ultramoderno.

Sam (o sea yo)

¿Eso es un sí?

Huyana

Bueno, soy una persona bastante perdida en general. ¿Una causa? No creo que sea tan egocéntrique como para considerarme una. Solo soy yo.

Entran en el plano medio cuerpo de una mujer licántropa acompañada de un hada. Ocultan el poco retablo que se veía. Se han puesto de rodillas en el reclinatorio del banco. Sus voces se cuelan como una oración en el micro de la cámara:

Licántropa

(Mujer de una edad indeterminada. Alta. Viste un traje de lino azul cielo. Es lo único que se distingue en la grabación). No, no, no, no. No es que sea ingrata, solo me gusta llamar a las cosas por su nombre. Que me quieran cobrar ese dineral por unos pendientes de baratija, por muy bonitos que sean me parece un robo. Y es que no me convencía con eso de que era no sé qué de su tribu. Nada, eso lo hace para sacarme los cuartos.

Hada

Se notaba que nos querían estafar por ser españolas.

Licántropa

Y no se dan cuenta del favor que les hicimos…

Hada

Desde luego que no tendrían estas maravillas.

Huy y yo nos miramos con el ceño fruncido, y, muy despacito, nos marchamos. El plano se va abriendo completamente descuadrado. Trato de volver a enfocar algunas de las maravillas que esconde el templo, incluso ese resto del Templo original.

Huyana

Está claro que el mundo no ha cambiado nada.

Sam (o sea yo)

En realidad, sí ha cambiado. Un poco, al menos. Se ha limitado un poco más la esclavitud. Ahora llevamos nuestra herencia con orgullo. Somos orgullo con todos los colores. Somos más conscientes de lo válides que somos.

Huyana

NOOOOOOOOOO.

Sam (o sea yo)

Como que no (digo en mi contradicción)

Huyana

«NOOOOOOOOOO», que ese discurso hubiese estado genial grabarlo como si fueses Esmeralda en Notre Dame. ¡Por Carmilla! Cómo no has podido pensarlo. Trae. (Me quita la cámara. Me manda a colocarme en una de las capillas laterales. En foca mi rostro en un primer plano). Venga repite conmigo: «No sé si podrás oírme».

Sam (o sea yo)

«No sé si podrás oírme».

Huyana

(Se marcha para enfocarme de espaldas, pero centrar el plano en la figura de la virgen. repite conmigo: «No sé si estás ahí. Mi oración es tan humilde. ¿Cómo hablarte a ti» (Repito. Cambia el plano para que quepamos ambes en el encuadre). «Pero tienes cara humana, de sangre, llanto y luz». (Repito sin que me lo pida cuando ya me vuelve a enfocar en un primer plano). Ya. Ahora puedes dar tu discurso.

Sam (o sea yo)

No, ya no, has roto el momento. Pero gracias por el material. Nunca pensé sentirme Esmeralda, pero me ha gustado la experiencia. Eso sí espero no tener que acogerme a sagrado.

Huyana

Sam, le sante de los cambios de looks espectaculares.

Y para cambio espectacular el fin de esta suerte secuencia trastabillada. Corte. Plano desenfocado. Poco apoco se torna nítido. Plano americano de Huyana en la esquina izquierda del plano. Delante de elle se extiende una maqueta de lo que fue el Zócalo prehispánico. Gesticula tratando de encajar lo que ha visto fuera del museo con esa maqueta.

Huyana

Una vez alguien caminó por aquí y se achicharró.

Sam (o sea yo)

Muy profundo, Huyana.

Huyana

No, es que no hay árboles. Une vampire caminó por aquí y autoconbusionó.

Sam (o sea yo)

¿Le pasó a algune familiar tuye?

Huyana

Mi tataraabuela materna. Dejó a mi abuelo y se vino aquí. Y se churruscó.

Sam (o sea yo)

Eso es demasiado sobrio para una historia familiar tuya.

Niño espontáneo

Mááááá, ¡¡¡mirááááá!!!

La cámara casi se cae al suelo por algún motivo imposible de discernir (no). Corte. Patio del Palacio Nacional. Barrido por los arcos de piedra gris. Fuente apagada en el centro. Más arcos grises para terminar. Un grupo de turistas escuchando a una sirena guía. Pongo el oído y les escucho hablar euskera. Zoom sin pensarlo. Buceo entre las caras por si conozco a alguien. El oído se adelanta al reconocimiento. Un pelo plata. Piel blanca con pecas. Gafas de montura metalizada imposible. Gesto serio decorado con maquillaje en tonos lavandas y azules. Llama mi atención un corsé hecho con un pañuelo rojo de bordados florales intrincados. Una falda brillante negra con mucho vuelo hasta la rodilla deja a la vista un vuelo blanco del cancán. Un delantal de un negro mate delata su procedencia regional. El plano lo persigue. Mis ojos parpadean.

Huyana

Puedes ir y ligar. No te cortes por mí. Sé que les alosexuales sois así de extrañes (bromea al tiempo que me da un empujón).

Sam (o sea yo)

Casi te tendrías que preocupar más por no romper mi cámara, cosa que el mundo se ha propuesto hacer hoy. Y no es nada de eso. Solo que pensaba que había visto a un conocido.

Huyana

En serio, puedes acercarte y saludar si es.

Sam (o sea yo)

No, no importa.

Huyana

¿Te has sonrojado?

Corte.

 

La providencia nos ha llevado a comer en un restaurante español (sí, deshonra sobre nuestra vaca) dirigido por un joven ryû de ascendencia hispano-japonesa que heredó el negoció (es la tercera generación). Su estatura, acentuada por su constitución delgada, casi resulta intimidante en ese lugar tan recogido. Su aspecto es todo afabilidad, desde el pelo negro corto semioculto por un pañuelo de cocinero hasta la sonrisa que achica los ya de por sí pequeños ojos almendrados. La angulosidad de su cuerpo no esconde coquetas escamas verdosas que se niegan a esconderse. El marido, y copropietario, es un muchacho mexica mazacoatl de gesto relajado y prudente. Su constitución era todo curvas en una estatura casi igual de imponente que la del ryû. Ambos vestían un uniforme negro con el nombre del restaurante bordado en blanco en la chaquetilla.

El local es pequeño, de dos plantas. Lleno de mezcla de culturas, a pesar del reclamo inicial. Les camareres subían y bajaban con soltura. La carta es una variopinta mezcla de cocinas tradicionales. Ah, pero no solo se trataba de la comida, no, para nada. La capsula que contiene instantes de felicidad es el local, un lugar acogedor, antiguo, con mesas congregadas de todas las épocas, con sillas arregladas de modos originales otorgándoles arreglos originales. La madera que recubre la pared oscurecida por el mantenimiento de los años está decorada con estanterías de forja negra con láminas de verde-nace sosteniendo libros amarillentos, con esquinas dobladas y anotaciones de anteriores dueñes. Sueños confesados entre salsas, tortillas de patata y onigiris se esconden entre las juntas de las baldosas desgastadas del suelo.

Hemos escogido una mesa cuadrada con un florero de barro pintado con motivos mexicas en la segunda planta, pues nos han dicho que hay unas vistas bonitas. No son especiales, espectaculares, épicas, pero dan a un barrio trabajador, con un pequeño parque. El cruce deja entrever una pequeña ermita antigua rodeada por esos edificios asépticos típicos de los barrios de los trabajadores. Huy y yo nos fijamos en el ir y venir de personas trepidantes por su vida anodina, sus vacaciones culturales, su búsqueda incierta.

—Mira, Sam, ¡un gato! —Huy señala un murete que oculta el espacio que alguna vez ocupó un edificio y que, con casi toda probabilidad será un negocio aleatorio de una cadena de café.

—Oh, es pelirrojo, como Líz.

—Puede que tengan el mismo carácter incluso.

Nos reímos.

Nos toman nota.

Nos traen la comida.

—Bueno, ¿qué impresión te ha dado México en tus primeras veinticuatro horas aquí? —Le pregunto saboreando mi pozole.

—Es muy bonito —dice fugazmente antes de darle un mordisco a una porción de tortilla de patatas con aguacate y chiles picantes.

—Pero. —Le animo a seguir.

—No hay ningún pero.

—Ya, claro. Y no llevas todo el día medio perdide en tus pensamientos.

—Le dijo la sartén al cazo.

—Yo lo reconozco. Me está costando un poco asimilar este lugar para que encaje con los recuerdos que tengo —suelto—. Tal vez, me chirría que no sea una ciudad más utópica: más amable con su pasado, con las raíces prehispánicas, con su gente, menos occidental genérico.

—Mi «pero» es que me ha gustado más su gente. La señora del parque, les trabajadores de las taquillas que nos han dado recomendaciones para disfrutar de esta ciudad de ritmo incierto, la niña que se ha sorprendido de mi acento y me ha pedido que repita algunas de sus frases favoritas, la trieja de señores mayores que nos han recomendado este lugar… Incluso verte sonrojarte por una persona inexistente —dice por si pico—. No sé, creo que una gran ciudad es más este tipo de cosas.

—¿Más que sobrevolar el Bosque de Chapultepec, el Palacio de Bellas Artes o el Lago de Texcoco de noche? —Le pregunto con malicia.

El espacio hasta que llega la respuesta de Huy lo llenamos con unas cuantas degustaciones más de nuestros platos.

Suspira.

—No creo que haya nada mejor que volar. —Apoya los codos en la mesa y la cara sobre las palmas de las manos—. Tú lo entiendes. Es…

—¿Sistemático, hidromático, ultramático, un relámpago?

Me tira un totopo a la cara.

Merecido.

—A veces se me olvida que eres hermane de Líz, pero sois igual de desquiciantes.

—Ya, es que todo se pega, menos la hermosura.

Probamos las quesadillas que hacen bailar nuestras papilas gustativas.

—Creo que es la mejor comida mexicana que he comido nunca —digo deleitándome en la mezcla de sabores, de culturas e ingredientes. Observo que Huy está haciendo lo mismo—, ¿verdad? ¿No me digas que has comido un guacamole mejor?

—Si cualquiera de mis abueles te escuchasen decir eso, o nunca te dejaban volver a visitarles o no te dejaban irte hasta que probases la verdadera comida mexicana. —Se termina la porción de tortilla con gesto altivo.

—No rechazo una buena comida. Espero una fecha para ir a visitarles —Le sonrío con ganas.

Elle comienza contarme algunos de sus momentos favoritos con su abues alrededor de la comida. Sin darme cuenta, he puesto la cámara a grabar registrando cada expresión: la añoranza aparece la primera, tal y como si esta comida fuese un canalizador hacia su pasado. Relata esos primeros recuerdos con un delantal de flores que le llegaba a los pies, y la nariz justo a la encimera, nada de ello le impedía a sus ojos ver como su abuela hacía tamales. La felicidad anida en su sonrisa extendiéndose a sus ojos cuando explica cómo su abuelo paterno le enseñaba a separar la carne del aguacate con una cuchara. No tarda en aparecer la diversión en sus manos chispeantes al gesticular cómo Topanga le daba a los burritos una forma perfecta mientras elle terminaba rompiendo las tortitas de maíz. Sus aventuras siempre están repletas de actos torpes que llenan de comicidad sus anécdotas.

—Me hubiese gustado curiosear por una mirilla esos momentos —comento entre risas susurradas, hipadas.

—Eran buenos momentos, me hacían conectar con mis raíces totonacas. Quizá no hablaban mucho de ello, pero contaban pequeños mitos, leyendas. Mis abuelos más que mis abuelas… —Se pierde en la ventana, como si pudiera ver a través de ella su mente, analizarla y sacar hipótesis y conclusiones al igual que en un texto literario.

—¿Puede ser que le falte todo eso a tu idea que tenías sobre este país? —Su mirada se posa suavemente en la mía con confusión—. Hablas de toda esa parte cultural tan de tus raíces, que parece que te contraria que esos momentos no ocurran aquí.

—No lo sé. —vuelve a suspirar.

—Recuerdo la primera vez que regresé a la península arábiga, tuve una sensación extraña. —Le muestro este pedacito de mí—. Por un lado encajaba, algo del ambiente, de la atmosfera, del mar o el río me decía que en algún lugar de por ahí cerca había nacido. Por otro, nada de aquellas culturas encajaban conmigo. Físicamente parezco una persona del mediterráneo, uno de un castaño-dorado. Era une extranjere en mi propia tierra. Se me escapaba el concepto. —Apuro mi vaso de agua—. Con el tiempo aprendí que no necesito ser una noción concreta de algo. Solo dejarme llevar por la experiencia. Primero vivir y luego ya echar la vista atrás. Romper moldes, quizá. ¡Qué más da! La verdad es que no da igual, el mundo no te trata bien si no estás del lado privilegiado, pero, en la construcción de une misme, no importa no saber algo, ir a oscuras, ser una contradicción. Somos clandestines, ya la vida nos lo pone complicado, ¿por qué seguir los patrones rancios heredados por la clase dominante? Permítete ser una paradoja.

—Jum —piensa con su pose académica—, me gusta ser un oxímoron.

Las bromas, las muestras de cariño y la sonrisa que se quedan fijas en el rostro de mi amigue son el fundido perfecto para cerrar esta escena. Corte.

 

Solo cuando la respiración tranquila y acompasada de Huy se convierte en el ritmo de la banda sonora de esta noche, me decido a salir al balconcito. Conecto mi móvil a la red wifi del hotel. Cascadas de notificaciones aparecen sin ton ni son en la barra superior. Tomo aire. Noto en los codos cómo aparecen siluetas de llamas que piden que me transforme. Se trata de algo sintomático. No me inmuto. Solo respiro. Una.

Dos.

Tres.

Cuatro.

Cinco.

Seis.

Siete.

Ocho.

Nueve.

Diez veces.

Abro el grupo familiar, el único que no tiene ninguna burbuja con un número imposible. Les paso algunas fotos que nos hemos hecho Huy y yo en lugares extraños: agachades junto a una alcantarilla, un gato con nuestros ojos en la esquina inferior infiltrados, Huy conmigo sobre sus hombros con un grafiti horroroso de fondo, nuestros pies señalando un templo de no sabemos qué fe. Sé que a mis neidres les hará gracia, pues es algo que elles solían hacer cuando se conocieron. También sé que a Líz le gustará ver a Huy. Les mando también la grabación de la leyenda de la señora.

Cierro el chat antes de que alguien conteste.

Una notificación extraña llama mi atención: «Te han expulsado del grupo “Fraggles del Enigma”». «Vaya, se han tomado muy enserio eso de que desconecte del trabajo» pienso con una carcajada colgada en la comisura izquierda del labio inferior. Deslizo la notificación de la lista desplegable del menú hasta eliminarla. Antes de pensar a quién responderle, abro la conversación que tengo un poco abandonada por la vida adulta con Nohai. Le envío una foto de archivo del interior del Palacio.

Cierro el chat antes de que conteste.

Quito las notificaciones de correos electrónicos con actualizaciones de artistas, de academia.edu y varias cosas nada prioritarias. Obvio las de las redes sociales que solo tengo para seguir el trabajo del estudio de Líz y Narut. Abro los mensajes de Gara:

Chat de Gara. El fondo es un fondo montañoso con flores en la falta pintado con acuarelas en todos cálidos (amarillos, naranjas, rojos apagados). La foto de Gara es un canario amarillo. Mensajes:  entre las 2 y las 2:10 a.m. de Gara a Sam: Hola, Sam! Espero que estés teniendo unas buenas vacaciones (*^_^*). Sé que no es una buena hora para ti, pero tengo novedades. No hemos conseguido nada. Nadie tiene nada, ni sabe nada. Lo cual es bastante extraño. Me temo que tenías razón. La junta del Enigma parece que se está moviendo para mantener su narrativa. Tengo que preguntar a algunas personas que conocieron el resort en su anterior etapa. Te mantendré al tanto. Mensajes de respuesta de Sam a Gara. Al filo de la medianoche: Gracias, Gara. Sí, puede ser. Tienen intereses.  En teoría, no deberían haberse enterado. No quiero desconfiar de nuestres amigues, pero, quizá, habría que correr la voz y decir que no hay nada. Dejémoslo descansar unos días y ya pensaremos cómo abordarlo ଘ(੭ˊᵕˋ)੭


 

Cierro el chat.

La aplicación todavía tiene una burbuja con un número indeterminado de mensajes. La nuca se me eriza con el calor conocido de las llamas de mi fénix. Opto por dejar el móvil en el suelo del balcón.

Doy un paso atrás.

Me transformo.

Salgo a la noche nublada que oculta las estrellas.

 

Extra IV

Es una nota de un cuaderno. Arriba pone: misterio #1. ¿Cuántos parientes tiene Huyana?  Pregunta hecha por un anónimo. Abajo hay un recorte de un gato siamés al cual le han dibujado gafas de sol, un collarón, un pendiente en la orena, rayo y estrellas. Ella, el gato, Rosita, la gata de Líz, responde a la pregunta: Una pregunta demasiado complica... Nadie tiene la respuesta, en realidad. (nunca le preguntes a su madre). Justo debajo de esto hay un inicio de árbol genealógico con Huy y Topanga. Y este se extiende como un garabato azul por toda la hoja que queda libre


 

Leer capítulo anterior. Pasar al capítulo siguiente

 


Comentarios

Entradas populares