Extra II de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'
Érase
una vez en algún lugar de La Rioja de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía
une rapsoda de versos que alimentaban su sangre y mitos que convivían en sus
huesos. Cada día, buscaba entre la literatura, la pintura, la música alimento
para su alma y conocimiento para su mente (pues le gustaba indagar más allá del
negro sobre blanco). El Destino quiso que nuestros caminos se cruzasen hace ya
unas cuantas lunas. En esta persona, encontré una figura curiosa, alegre, con
un humor suplementario al mío. Nos comprendimos con una mirada brillante por el
sol reflejado en el agua. Lo recuerdo muy bien…
…Hoy,
el Azar chistoso, un papel burocrático y un sistema de correos demasiado
caprichoso como para confiar en él, ha querido que nos volvamos a tropezar en
una noche de agosto.
—Gracias
por acogerme en tu casa sin avisarte con tiempo, pero, de verdad, que nada de
lo que tenía planeado está saliendo bien. —Trato de deshacerme de las gotas de
lluvia que han calado mi cabello en el portal del piso de Huy y Topanga—. Es
que ni siquiera debería estar aquí, el tren debería haber llegado a Madrid, no
quedarse atorado en Logroño por ya no sé qué motivo.
—No
hace falta que te sigas disculpando, Sam. Puedes quedarte aquí todo el tiempo
que haga falta. Además, tienes suerte de que Topanga no esté, porque puedes
ocupar su habitación, ya la he dejado preparada en cuanto me has llamado —dice
antes de que yo le pueda reclamar nada—. Y tampoco me digas que no es
necesario, porque mi hermana ha insistido. Y no querrás llevarle la contraria.
—Se vuelve hacia mí, tras abrir la puerta del portal, con el ceño fruncido como
si mi negativa pudiera enfadar a todos los dioses olvidados del mundo. Niego
con la cabeza siguiendo con el aire solemne que elle trasmite—. Muy bien.
Subamos.
Una
vez arriba, acepto toda su hospitalidad: el tour por el piso extraordenado (consecuencia
de mi visita intuyo; al igual que intuyo que Topanga agradecerá todo esto), la
ducha y la cena. Un viaje súbito y apresurado nunca suele ser una buena opción,
porque las contraindicaciones pueden ser severas. Por ejemplo, puedes perder el
transporte, se puede dar un extraño incidente que nunca ha ocurrido (valga la
redundancia), puedes equivocarte en la planificación y la lista continúa hasta
el infinito. Mi suerte truncada hace que ser un huésped de lo más agradecido
con cualquier cosa que te ofrezcan. Además, hace muchas décadas aprendí a no
rechazar los actos bonitos que la gente que te aprecia/quiere hace por une, desde
entonces, por definición, soy un fénix agradecidísimo. Y hablando de esto:
—Muchas
gracias por todo, Huy —le digo tras sentarnos en el sofá y recoger los restos
de la cena.
—No
hay de qué. —Nos acurrucamos con agradecimiento de la compañía de le otre.
—Tengo
claro que puedo venir a visitarte más veces, que ya veo que se te da bien eso
de vivir sin destrozar la casa por el camino.
—Nah,
eso solo es una licencia que me he tomado hoy por deferencia a tu persona.
Nos
reímos.
Se va
la luz por la tormenta.
—Oye,
¿te apetece noche de velas e historias? —Veo el brillo de los ojos de Huy
cuando regresa la luz.
—Claro,
eso va más con mi edad. Me recuerda a mi infancia —bromeo.
—Ya
sabía que te gustaría por eso.
Se
marcha con una tenue risa como estela tras sus pasos.
Cruzo
las piernas debajo de mi cuerpo. Una sonrisa torcida se dibuja en mi cara con
la chispa de la curiosidad infantil. La foto de la mesita de al lado del sofá
llama mi atención: son elle y Topanga en la piscina. Me hace gracia que sean
tan diferentes, lo único que comparten es el color de pelo. Donde Huy es un
tono bronceado, Top es más blanquita;
donde Huy es mofletes, Val es ángulos; y donde Huy es ojos rasgados que
desaparecen tras una sonrisa, Val es ojos más grandes que no se niegan a
desaparecer. Echo un vistazo rápido y me doy cuenta de que Huy se parece mucho
a su madre. ¿Se parecerá a su padre Topanga? Aunque creo que ambes se parecen
más a Huy. La genética siempre tan divertida.
Las
estanterías que hay (dos y un carrito con libros) están tan sobrecargados con literatura,
plantas y figuritas. Se puede ver en los diferentes patrones de orden qué
baldas son de cada hermane. Puedo decir sin miedo a equivocarme que las más
estéticas y coloridas son de Top y las más anárquicas y de temas variados, de
Huy. Tomo una bocanada de aire y puedo notar el olor a libro antiguo. El resto
del espacio está vacío: no hay mantas sobre el sofá, alfombras por el suelo,
detalles en la mesita de café o plantas en la ventana. El resto es ufano, como
si no supieran si este sitio va a ser su hogar para siempre. Noto una
interrogativa en el ambiente. Aunque, quizá, una de las partes ya tenga un plan
claro.
Llega
Huy con velas en sus respectivos soportes seguros y un mechero. Las coloca en
un orden muy concreto encima de la mesa de café y en la mesita al lado del
sofá. El problema viene cuando las intenta encender. Clac. Clac. Clac. Una
llama que se extingue antes de nacer. Clac. Clac. Aguanta prendida hasta que
acerca el cacharro a la mecha. Clac. Clac. Clac. Clac. Agoniza entre los dedos
de mi amigue.
—Déjame
encenderlas a mí.
Murmuro
unas palabras ininteligibles al tiempo que dejo salir mi aliento hasta que
prenden las mechas.
—No
sabía que los fénix, pudieran hacer magia. —La sorpresa ronda su rostro.
—No
podemos. —Me encojo de hombros.
La
pregunta flotaba en el aire.
Una
espera.
—¿Entonces?
—Es algo que me he acostumbrado a hacer. Bueno,
fue idea de una Líz de tres años. Más o menos. Ella no sabía qué tipo de
clandestine era yo, obvio, y leyéndole un cuento, hubo un apagón por culpa de
una tormenta, como la de hoy, solo que no volvió porque el problema fue mucho
mayor. Mis neidres estaban trabajando y yo estaba a su cuidado. El caso es que
el cuento trataba de un hechicero que tuvo que inventar sus propios conjuros
para poder acceder a su magia. El protagonista era sordo y los hechizos no se
escribían por temor a que alguien los robase. Así que lo fueron dejando de lado
hasta que no fue más que una sombra. Un día, el niño se adentró en el bosque.
Por la noche se asustó tanto por las sombras que veía, que trató de crear una
bola de luz. Intentó mover los labios según los mismos esquemas que les había
visto al resto de su pueblo. Pasó así mucho rato, tanto que se olvidó de imitar
lo que recordaba. En algún momento pasó a realizar sonidos al ritmo de su pie
inquieto. Lo que en realidad ocurrió, es que deseó tanto crear el hechizo que
se olvidó del método ortodoxo. Encontró otra manera de hacer magia. Creo que
iba de algo así. El caso es que Líz se inventó una palabra, como ¿Mary Poppins o era La bruja novata? Me animó a usarla para crear luz. Con mi fuego de
fénix puedo hacerlo, pero no sin desvelar mi verdadera identidad. El caso es
que mis padres tenían velas puestas por el salón más a modo de decoración que
otra cosa. Supongo que el resto es historia.
—No sé por qué, pero siempre me sorprende ese lado
tuyo de hermano mayor.
—¿Por qué? —le pregunto con mucha curiosidad.
—Porque en mi mente eres más como un ángel de la
guarda, de esos que no se ve, pero siempre estás en boca de todo el mundo. No
resulta fácil dar contigo.
—Es que tengo demasiado trabajo. —Prefiero dejar
ese tema a un lado; ya que he podido salir durante unas horas de extranjis de
ahí, prefiero no seguir—. Bueno, apagamos la luz.
Sé que Huy se da cuenta del cambio de tema, pero
lo deja pasar.
—Vale, pero, con una condición: que me cuentes más
historias de tu infancia, de cosas mágicas como estas.
Con su velocidad apaga la luz y vuelve a mi lado
sin que note su ausencia.
—Supongo que no me puedo negar.
Entonces comienzo a entretejer narraciones que
siento que son tan viejas como el tiempo, pues muchos de esos mundos ya no
existen, por fortuna; aunque otros tan solo se transformaron y continúan
subyugando a gran parte del universo y me anclan a la realidad atormentada. Los
hilos con los que comienzo a formar el tapiz se tiñen de nostalgia: los colores
se suavizan cuando recuerdo que las estrellas continúan igual que la primera
vez que las descubrí, cuando florecieron esas emociones de pertenecía, cuando,
antaño, la calidez de una caricia sustituyó un recuerdo que hace décadas se
marchitó. Poco a poco brotan figuras que coprotagonizan mis andanzas de
paisajes legendarios. Epopeyas míticas no gozaron de tal elocuencia rodeando a
sus allegados, andanzas, corazones.
Y supongo que, tal y como lo haría un relato, termina con el mayor punto de felicidad con un «colorín colorado este cuento se ha acabado». Uno que incluye a Huy durmiendo plácida junto a una nota manuscrita con una disculpa y un agradecimiento, y conmigo despierto saliendo a medianoche como Peter Pan por la ventana para regresar a Nunca Jamás antes de que me sea imposible regresar por los nudos del corazón.
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