Capítulo 2 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'
Capítulo 2: ¿Qué pasó ese día? || La verdad no
contada
Inclino la cabeza. Risas de tonos cálidos,
despedidas afiladas, reencuentros políglotas componen una banda sonora marcada
por el ritmo frenético de la megafonía. Maletas de todos los colores se pasean
por cintas que giran sin fin. Veo a Huy subir una cuesta existente gracias a mi
postura. Su esfuerzo titánico es de lo más gracioso. Pasos firmes, angulosos,
distinguidos para mostrar su voluntad divina: que la maleta aparezca. Mirada
asesina cuyo objetivo es ese agujero tapado por una cortina gruesa de plástico
a tiras; dedos actorales dejan escapar el airado mundo interior de Huy en un
lenguaje que pocas personas podrían leer con la clarividencia de une profeta.
Quince minutos.
Quince minutos han pasado desde que mi mochila
se reunió conmigo. Quince minutos en los cuales el rostro de Huy ha pasado de
la emoción a las ganas de defenestrar algo con sus propios colmillos.
Probablemente los engranajes de aquel artefacto de tortura moderno. ¿Crees en
el Destino? ¿En las casualidades? ¿Las serendipias? Son los pocos retazos de
magia que se permiten existir en el Occidente; lo cual no deja de ser
paradójico. No sé, ¿hola? Somos clandestines. Somos eses dioses que mitificaron
por la incomprensión de lo diferente, pero que convirtieron en mito cuando se
solaparon pueblos y religiones, para terminar transformándonos en un cuento
infantil que asusta y educa a les niñes. Nuestro desalojo del mundo hacia las
sombras fue (y vuelve a ser) sutil. Tanto como lo fue (y sigue siendo)
controlar su devoción y el miedo que nacía del centro de su propia humanidad
finita. Supongo que nunca considerarnos sus iguales es el principal problema
desde el principio de los tiempos.
Ah, sí, el Destino. ¿Crees en él? ¿En
cualquiera de sus versiones y ramificaciones? Yo sí. De hecho, tengo la
sensación de que Huyana no va a encontrar la maleta, porque va a pasarnos algo.
No malo, por dios. Algo de contenido incierto, emocionante, curioso. Saco la
cámara de vídeo. La enciendo. Zoom. Zoom. Zoom a la salida de maletas de una
cinta. Sigo el movimiento. Corto. Enfoco a la cara de Huy en un plano
detallado. Ah, ahí está una maldición colgada de una pestaña. Abro plano.
Momento reencuentro:
[esto lo intentaré poner a cámara lenta después
cuando editase el vídeo del viaje]
¿Es el color? ¿Es el olor? Algo en su maleta
llama la atención de mi mejor amigue, pues raude y veloz sale disparade hacia
ella. La alza como quien acaba de reunirse con una de las personas que más
quieres en este mundo. La abraza. Me despeina el flequillo cuando se persona
ante la lente de la cámara. Alzo la mirada y le sonrío.
—Creo que ya podemos irnos —me dice Huy con su
sonrisa llena de colmillos.
Un sonido seco pone en pausa la imagen
Inclino el cuello para fijarme bien en la
maleta.
La sonrisa de Huy se pone del revés.
—Creo que nos va a costar un rato más —afirmo
con un tono de semisorpresa, semirisa contenida.
Me he olvidado de la cámara, la apago.
—Alguien podría pensar que aprendí la lección y
que no aceptaría más maletas prestadas, pero aquí estoy. —Se agacha con su
paciencia para confirmar que el asa se ha roto, la maleta se ha caído y los
dientes de cremallera se han abierto haciendo que un pijama de con dibujos de
burritos con ojos y sonrisas imposibles, una libreta negra y un neceser azul
como de tela de peluche hayan salido a otear el exterior—. Qué desastre… —Se
pasa la mano por la cara despeinándose más los rizos de su flequillo.
—Esto tiene solución.
Me acerco para ayudarle a abrir la cremallera
del todo para ver si la podemos cerrar para que vuelva a su estado original. No
resulta tarea fácil. Entre que, quizá, la maleta no es novísima, y que, tal
vez, no esté hecha para que une vampire la someta a condiciones extremas, por
no mencionar que Huy a puesto a prueba su capacidad de almacenaje, no me
sorprende demasiado su estado actual. No lo diré en voz alta, pero comienzo a
ver complicado que esa maleta se cierre y no vuelva a vomitar su contenido por
las calles de Ciudad de México.
Tumbamos la maleta. Nos peleamos con el sencillo
(pero demasiado efectivo) mecanismo de la cremallera para poder abrirla (y no terminar
de romperla) y guardar lo que se ha caído. Tirones tímidos. Palabras calmantes.
Maldiciones se cuelan por los auriculares cautelosos que cuelgan del cuello de
Huyana. Intuiciones ciertas confirmadas por la ropa ansiosa por tomar una
bocanada de aire antes de que volvamos a enclaustrarla. Finalmente, fluyen
nuestras risas cuando le damos la razón al mundo: está rota, no puede contener
el equipaje que porta. Las soluciones menos ortodoxas son nuestra especialidad;
por ello, tras varias propuestas dignas de los Looney Toons, decidimos optar
por un clásico: forrarla con el papel film para embalaje del aeropuerto.
—Voilà!
—exclamo con LA obra de arte entre mis manos. En realidad, la maleta que parece
más una fiambrera llena de sopa que no quieres que se salga porque no cierra
bien y le has puesto papel film para
evitar una fuga. Pero lo importante es continuar nuestro viaje sin que Huyana
pierda el equipaje, no la estética.
Mira, no sé si alguna vez te has planteado
viajar sin equipaje, yo sí. Incluso, te confesaré que…
—¿Qué «voilà!»?
—Mis pensamientos se diluyen ante su réplica—. Esto ha sido mi idea —bromea y,
acto seguido, me arrebata la maleta cogiéndola por el asa lateral.
La observo alejarse. Sacudo la cabeza para diluir
una risa, tan solo dejo entrever en mi expresión corporal un poco del mucho
cariño que le tengo. «Podría ser la salida final de escena de una película
—cavilo— de esas en las cuales la profesora de pueblo consigue su GRAN sueño
junto al amor de su vida, que suele ser un doctor, sheriff o cualquier profesión decente, pero con un pasado manchado
por un error juzgado erróneamente por el cual son los proscritos del lugar
hasta que la protagonista lo salva. Un argumento tan trillado de romance como
el de la amistad abandonada a favor de los sueños de la familia tradicional con
el amor único y verdadero. Por suerte, ni esto es el final, ni elle va a
dejarme por el alma atormentada de turno».
Le sigo en su ruta de huida a hasta salir del
aeropuerto.
(El sol en su cénit
detiene el caminar de Huy
[y el mío, por su
puesto].)
Huy. (Con cara de pánico.)
¡Le tíe abuele Ezcaray!
(Regresa
dentro del aeropuerto.
Le sigo.)
Sam [o sea yo]. ¿Tienes
que avisarle de que has llegado o algo? ¿Has recibido algún mensaje? ¿Está
enferme? ¿Es algún amuleto? ¿Un lugar que visitar? ¿Un llavero de la suerte?
¿Un recuerdo suyo? (Encadeno preguntas lógicas e ilógicas.)
Huy. (Rebuscando algo en la mochila pequeña que lleva
a la espalda.) Por Carmilla, Sam, para. (Levanta cabeza, conecta sus ojos con mis
ojos. La miro. Me mira. No sé si deberíamos comunicarnos de algún modo
telepático, pero la cobertura no me llega. Alza una ceja.) ¿Nunca te he
hablado de le tíe abuele Ezcaray? Es une de eses familiares que Topanga y yo
pensamos que no existen y que mi madre dice siempre que tuvo graves problemas
de salud por unas quemaduras horrorosas de sol. No se dio crema solar. Me tengo
que dar crema solar.
Sam [o sea yo]. (Le miro
con suspicacia.) O sea, ¿cómo lo de tu abuela?
Huy. Ah,
no, no metas a mi abuela en esto.
(Pongo
los ojos en blanco. Le ayudo a ponerse crema. Saca una pamela enorme que tenía
plegada de algún modo imposible en su minimochila y salimos, por fin del
aeropuerto.
Cae el telón.)
—Sam, ¿por qué estamos en un hotel que parece
un calco del Resort Enigma? —Me pregunta Huy una vez que estamos en la
habitación del hotel. Elle se ha tirado en una de las dos camas y está tratando
de no dormirse al tiempo que tiene los ojos cerrados.
—Bueno, este hotel es parte de la cadena
hotelera que trataron de abrir en los dosmiles. Fue un fracaso de plan. He
escuchado demasiados chismes sobre lo que pasó, pero lo sí sé a ciencia cierta es
que abrieron tres resorts, cinco hoteles y dos parques acuáticos, y todos se
fueron al traste menos este. Supongo que no tuvieron los mejores equipos
gestionándolos. —Abro la mochila y comienzo a colocar todo en su sitio: el
pijama debajo de la almohada, el neceser en el baño, la ropa en el armario.
Vale, ya sé que solo vamos a estar dos noches aquí, pero el equipaje se merece
también estirarse, ventilarse, sentir que la cuidan—. Este —retomo la
conversación mientras continúo dejando cada cosa en su sitio e investigarlo—, como
te digo, es el único que sobrevivió. Lo curioso es entre los planes de futuro se
encontraba el de ampliarlo fuera del centro de Ciudad de México; pero tal y
como fue todo, la junta se olvidó un poco del proyecto, así que todo el equipo
del Enigma Sor Juana Inés de la Cruz fue jugando con la normativa de la
empresa, los presupuestos y el proyecto.
»Por eso, la fachada es igual a la del edificio
de recepción del resort, pero las habitaciones son más estándar, es decir,
menos personalizadas para diferentes tipos de clandestines. —Busco por la pared
un interruptor muy concreto. Ah, ahí—. Pero está esto. Apago la luz y aprieto
el botón. El techo se ha convertido en un cielo nocturno precioso.
Se escapó un «oh» con muchos matices de entre
los labios a Huy.
Me preparo para su siguiente
afirmación/pregunta.
—¿Sabes? Creo que tiene más encanto esto. No
sé, tiene como un aire más familiar, más acogedor, de la magia con la que une
niñe ve el mundo. —Se queda un rato buscando las palabras entre las estrellas
artificiales del techo—. Tengo la sensación de que en la época de tus padres,
el enigma era más así.
Me tumbo a su lado. Hombro con hombro.
—Así descrito, sí que se le parece.
»Cierra los ojos.
»Piensa en la parte antigua del resort.
»Ahora, imagina que todo lo demás es
naturaleza.
»Estas poniendo un pie en ese antiguo Resort
Enigma. La luna creciente riela en lo alto del cielo, las estrellas juegan al
escondite con las finas nubes que roban el color al contexto. El olor de las
flores llena tus fosas nasales, pues la primavera acaricia sus pétalos. Caminas
hasta la recepción, una casa tradicional canaria en forma de ele, de fachadas
blancas, con techo de argamasa de barro y paja con una sola vertiente. Aquí te
reciben mis neidres: Ukara (y su sonrisa eterna), Zehiar (que te ofrecerá algo
de comer y beber) y Oier (con su cara seria, pero que te hará sentirte como en
casa mientras te guía a tu habitación).
»Las opciones para alojarte varían según qué
tipo de clandestine eres y tus gustos: desde árboles con estructuras casi
imposibles creadas para el mejor descanso en las ramas, hasta madrigueras con
las comodidades más punteras, pasando por unas cabañas al estilo más humano,
pero con la resistencia a les clandestines. El fin cualquiera de estos
hospedajes es ser hogareño. Simple y llanamente.
»No dejes de imaginar.
»En la zona antigua que conoces se concentraban
varios comercios de artesanía clandestina, alguna taberna y zonas de juegos
para todas las etapas de la vida. Los había en tierra y mar. Imagina: las risas
prenden de las hojas de los árboles, las miradas cómplices bailando al son de
los gorjeos, las charlas dejan huellas de felicidad que aterciopelan del
ambiente. Las actividades te hubiesen invitado a desconectar del mundo: volar,
nadar, jugar… eso sí lo has vivido de un modo bastante similar con Yasin, Yaiza
y Álex.
—Me encantaría que siguiese siendo así.
Nos tomamos de la mano.
—A mí también. Pero, ahora no podemos vivir en
el pasado. Disfrutemos de este Enigma y démonos una ducha antes de marcharnos a
ver la ciudad.
Una ligera brisa nocturna quiere y no puede
despeinar mi rizos. El balcón de la habitación da a la calle. El edificio de
frente corta mi vista. Blanco para la fachada, negro para los balcones de metal
con intrincados ornamentos florales. Me frustra tener que alzar la vista
tantísimo para poder ver el cielo con contaminación lumínica. Abajo, en la
calle, los coches pasan sin descanso, aunque con frecuencias hipadas. Los
turistas se han hecho con el entorno, les locales se mueven como serpientes
evitando ser pasto de móviles indiscretos. Lo cierto es que no hemos salido
esta tarde de la habitación, pues el jet
lag nos dejó K.O., lo cual hizo
que nos echáramos una siesta larga. Ante nuestra indecisión y la sensación de
ser Michael Jordan en Space Jam,
decidimos investigar un supermercado próximo. Nos dimos un atracón de comida
aleatoria: nachos con salsas varias, quesos riquísimos, patatas fritas con
sabores impensables en España, unos burritos precocinados de un sabor
aceptable. Detalles, detalles y más detalles que no nos llevan a nada. Pues ni
uno solo de estos datos explican qué hago aquí.
Miro en derredor, la memoria trata de
superponerse a lo que ven mis ojos (o lo que no ven). El crecimiento a lo largo
y ancho de la ciudad es evidente. Los años cuarenta surtió un cambio profundo
en la ciudad, atrás quedaban los ecos de la revolución a favor de los caprichos
del capitalismo y sus brillantes promesas de lo que la nueva civilización
debería ser: carteles de neón; avenidas populares; cine; educación
conservadora, pero con aires de ser moderna; moda atrevida dentro de unos
cánones genéricos que potenciaban los valores novísimos de euforia coqueta. Las
complicidades de prefijo neo adosadas a viejas costumbres europeas de colonizar
y formar imperios. En definitiva, construir un margen más amplio que la norma
que delimitan.
Y esa fue también la política del Enigma con
sus proyectos de expansión: alejarse de ser un refugio para convertirse en
turismo abrasivo. Les clandestines arraigades en el poder y la influencia no
les importaba —ni importa— que gran parte de les suyes no puedan hospedarse en
sus hoteles, pues sus diferencias con les humanes no les impiden mezclarse y
seguir detestando a las criaturas que les recuerdan constantemente al brecha
entre elles y les otres. La marca de la que se avergüenzan ser. Así que ¿qué
más da que creen un hotel cuyo público objetivo somos nosotres, si no podemos
hospedarnos porque no cabemos/nos prohíben el paso/nos violentan?
El México que yo viví hace décadas no se parece
a este, no. Tampoco quiero que me mal interpretes y pienses que soy le típique
cascarrabias que odia los cambios, porque en mis tiempos era mejor. Es solo
que, muchas veces, esperas que los lugares crezcan, cambien, prosperen en una
dirección que los mantenga atados a sus raíces, que sean más amables consigo
mismes y no con lo que se esperan de ellos que… He olvidado los chascos que me
he llevado por esto.
—Sam, puedo escuchar el funcionamiento del
mecanismo de tu cerebro desde el baño. —Huy se coloca a mi lado. Hombro con
hombro.
—No son mis pensamientos, es la velocidad con
la que cambia el mundo lo que estás escuchando.
—¿Tú crees? Yo creo que el mundo es como un
villano de Scooby Doo. —Le veo apoyar
el codo en el murete de la terraza para apoyar la barbilla en su mano—. Bueno,
en realidad sería al revés, ¿no? Quiero decir, Scooby Doo hizo una lectura del mundo interesante y usó un recurso
maravilloso para ello: disfrazar al malo maloso con una careta. Me parece que
es más eso lo que pasa a nuestro contexto.
—Puede ser. —Estiro mi espalda tratando de eliminar
la tensión de mis músculos doloridos.
—Suspirando y gimiendo así, me recuerdas lo
mayor que eres —bromea Huy.
—Creo que necesito transformarme y volar… Ha
pasado demasiado tiempo desde la última vez.
—¿Y eso pasa?
—¿El qué?
—Que duela el no transformarse.
—No duele exactamente, pero el cuerpo se tensa.
No somos una cosa o la otra. Somos nuestro conjunto. Yo casi puedo notar el
fuego de fénix quemarme las venas y las plumas picarme en la piel.
—Pues transformémonos y volemos.
Y lo hicimos.
Alzamos
el vuelo alto muy alto fingiendo que no existen leyes que nos prohíben invadir
el espacio aéreo. La ciudad se convierte en un charco lleno de
luces titilantes. Trinos de euforia
marcan el ritmo. Un reflejo artificial del cielo nocturno que se abre sobre
nuestras cabezas que terminan uniéndose en un punto indefinido. Bailamos entre las nubes deshilachas. La
realidad pasa a ser una anécdota. Nos
enredamos en un lenguaje tan antiguo como el mundo. Ni el Bosque de
Chapultepec, ni el Palacio de Bellas Artes, ni el Lago de Texcoco son visibles. Somos un oxímoron de acuarelas nocturno
rallado por la velocidad. Panorámica soñada por los dioses
olvidados. Surcamos la osadía sin norte
ni sur. Videntes de una distopía feroz
que encandila con su brillo.
Extra
I
En el baño del avión del vuelo a México.
Huy
Sam te voy a matar (ceño fruncido)
Sam
(Sin poder contener la risa.) Daría lo que
fuera por tener una cámara oculta en nuestros asientos enfocando a la señora.
Huy
(Hablando bajito, con tono amenazador.) Has
dicho que me esperabas en el baño en voz muy alta. (Solo su ojo se ve ahora en
el objetivo. Sam le aleja con poniendo la mano en su hombro.)
Sam
Es que eres muy poco discrete. Yo solo quería
matar el tiempo.
Huy
No, si se piensa que lo vamos a matar bien
matado. (Pone los ojos en blanco.)
Sam
Bueno, no importa que piense que nos estamos
liando. Lo importante aquí es que te presentes, que nos cuentes algo sobre este
viaje. (Su tono es de ilusión.)
Huy
(Mira a la cámara con desconfianza.) Está bien.
(Carraspea.) Vídeodiario de abordo. Día 1. ¡Hola! Soy Huy, y junto con Sam, voy
de camino a México. Son nuestras primeras vacaciones viajando juntes. Bueno, y
como mejores amigues (o amigues en general, la verdad, porque no hace ni un año
que nos conocemos). ¿Te acuerdas Sam? Fue en la piscina del Enigma…
Sam
Sí, sí, sí, sí. Muy bien Huy, pero cuéntanos un
poco de este viaje.
Huy
(Fulmina a Sam con la mirada.) Sam y yo estamos
en nuestras primeras vacaciones a México, porque, básicamente, me lo prometió.
Y este ha sido el primer hueco libre que hemos tenido les dos al mismo tiempo.
(Sam le lanza una mirada elocuente para que no
se enrolle más.)
El caso es que aquí, en México, más
concretamente en Veracruz están las raíces de mi familia. Así que vamos a
conocer el lugar y sus gentes. Quizá también a mi familia lejana.
Sam
¿Quizá?
Huyana
Bueno, quizá no quieran…
Sam
Entonces no tienes ningún plan.
Huyana
No es que «no tenga ningún plan». En tres días,
creo que son tres días, nos reuniremos con mi…
Alguien aporrea la puerta del baño. Huy y Sam deben salir. Pero antes, el fénix revuelve el pelo de Huy y hace que se sonroje de pura indignación.



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