Capítulo 1 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'

 

Es una captura de pantalla de youtube. Tan solo se ve la barra de reproducción del vídeo, el título (que será el del capítulo que aparece justo debajo). La foto del perfil de Sam: elle tiene el pelo rizado castaño, piel castaña, ojos verdes, sonrisa ladeada, ojos con expresión de haber visto demasiado mundo). Luego están los botones de suscribirse,  de me gusta, me disgusta y la campanita.

Capítulo 1: A vampire is stalking to me (not clickbait)

¿Cámara?

Cargada

¿Memoria?

Lista para llenarla de vídeos

La enciendo. Le doy a grabar. Plano general. Aparece la entrada del aeropuerto de Gran Canaria. (Fundido a negro) Plano Panorámico. El cielo. «Las nubes recorren el cielo con premura, en un intento de atrapar el mundo en los cristales de agua que portan. ¿Será el preludio de mi viaje con Huyana?». Me gusta el pensamiento. Lo recito en voz alta con la carencia típica de documental de La 2. (Corte) Plano cenital de mis pies. Observo cómo están pisando un billete… perdido de alguien o que no llegó a tiempo a su vuelo o que, quien sea al llegar de una pieza tras una travesía movidita, decidió deshacerse de él como si de su mala suerte se tratara. Muevo los dedos mostrando inquietud. Tan solo unos segundos escasos de valor. (Encadenado) Plano Corto en contra picado. El plano se abre desde mi reflejo en la ventanilla de un coche. Contemplo el mundo a través de la pantalla de la cámara: gente llegando al aeropuerto, taxis inconexos que beben de la fugacidad del tiempo, mascotas que olfatean con curiosidad a unos transeúntes que jamás volverán a ver. (Fundido).

Reviso la hora.

Quince minutos.

Supongo que resulta gracioso que Huy llegue tarde. Más si tenemos en cuenta que llegó por la noche y se quedó a dormir en un hotel de esta isla. Silbo al contrarritmo de los segundos. Cierto. El tiempo es relativo. Huyana es la prueba viviente de ello. Su temporalidad es surrealista, un laberinto con recodos donde los minutos desaparecen o avenidas anchas donde las horas contienen el triple de minutos. «Afortunado es el hombre que tiene tiempo para esperar» dijo alguna vez Calderón de la Barca. Una pesante bastante curiosa, en especial tras la euforia de terminar La vida es sueño… Si supieras…, pero, no, esa no es una historia para ahora mismo. No podría compartírtela en diez minutos. Lo que sí te puedo contar es que lo que me hace gracia de que mi mejor amigue llegue tarde es que, a diferencia de su caos, yo he conseguido salir de trabajar, pillar un ferri y desayunar algo en una cafetería de un gran colega que no queda muy lejos de aquí. Por todas las constelaciones, cocina delicioso.

Pues eso, que el tiempo es relativo.

Saco el móvil y comienzo a grabar un pequeño vídeo-diario:

—1 de Abril. Hoy comienzan oficialmente mis vacaciones, y creo que no hay mejor manera de disfrutarlas que pasar una parte de ellas con Huyana. No sé cómo explicártelo. Verás, para mí es como si, con cada paso que da a tu alrededor, desintonizara el contexto solapando las imágenes de este mundo con el de Nunca Jamás hasta que la antena pilla bien la señal y tu vida pasa a ser la aventura más  grande que pudieras imaginar.

»Nuestra primera parada será Ciudad de México. No hay una razón concreta, el avión nos lleva hasta allá. El siguiente paso es ir a Veracruz. Aquí están las raíces de Huy. Ese es todo el plan. En realidad no sé si se le puede llamar plan. Hace unas cuantas décadas (creo que no un siglo), visité la zona. Oh, ya lo recuerdo, cuando el exilio por la guerra civil española. El caso es que le haré un poco de guía. Un poco solo, porque, en principio, veremos algunes familiares lejanes suyes. Esto lo tiene que explicar bien elle.

Corto.

La memoria es algo curioso y registrar parte de mis vivencias ayuda bastante. No, no tengo ningún problema neurológico, pero sí más de un siglo a las espaldas. Risas enlatadas. Hay cosas realmente curiosas, por ejemplo, hay especialistas que sostienen que lo primero que se olvida de una persona es la voz; y justo fue la voz lo que se pudo grabar antes que la imagen —hablo del cine y no de la fotografía, claro—. A veces daría lo que fuera por poder tener pequeñas grabaciones de cuando me encontraron mis neidres. De primeras veces, como cuando me llevaron a la montaña a ver nieve o aquella tarta de aquel cumpleaños tan especial que celebré con elles… Por suerte, tengo la infancia y adolescencia de Líz bien documentada.

Me siento en el suelo con la espalda pegada a la cristalera del aeropuerto. Llevo demasiado tiempo sin transformarme en fénix, creo que me está empanzando a doler hasta el carnet de identidad. Jesús, bendito, Esto con cinto cincuenta años no me pasaba… Ni con doscientos, todo sea dicho de paso. Este trabajo me va a matar. Lo peor es que estoy aquí por elección propia. Mi propia penitencia a medida. En realidad, espero que no lo sea. No sé si te acuerdas de aquella manifestación que hubo el verano del año pasado. Bueno, conseguimos algunos avances en derechos. Sin embargo, los gerentes (y también la junta) se están poniendo muy tiquismiquis. Entre otras cosas, están animando a sus clientes más importantes a escribir quejas formales sobre el personal. Da la casualidad que todas y cada una de ellas está dirigida a cada une de les que formamos parte de aquella manifestación. Por supuesto, no tenemos pruebas, solo certezas. Y demasiadas casualidades juntas. Sin embargo, no van a conseguir que paremos en nuestro empeño de conseguir unas condiciones de trabajo dignas…

En algún momento, llegará mi momento.

Un minuto.

«Los amigos se convierten con frecuencia en ladrones de nuestro tiempo». (Platón)

Me levanto. Sacudo mis pantalones. Acomodo mi mochila enorme para viajeros —¡Sorpresa! ¡Llevo equipaje!—. Me dirijo a la parada de la guagua. Bingo. Veo a Huy bajarse con una maleta colosal. Lleva unos pantalones anchos de retazos con estampados diferentes en una bonita gama de negros, blancos y grises. En la parte superior viste una camisa extragrande que le llega justo a hasta la cintura. Por supuesto, en su rostro no faltan sus características gafas de sol al estilo Crowley. Su sonrisa se ensancha en cuanto aparezco en su campo de visión. Toma la maleta como si de una pluma se tratase y corre a mis brazos. Le estrecho con fuerza. Nos hemos echado de menos.

—Hola, tú. —Le digo con una sonrisa socarrona.

—Hola, tú. —Me dice palmeando mi espalda con mucha animosidad.

—Llegas justo a tiempo. Es nuestra hora para facturar el equipaje. —Sin perder tiempo me arrastra hacia dentro. Se podría decir que nos lleva en volandas a mí y a la maleta. Por ello, casi somos de los primeres en la fila.

«El caprichoso tiempo se devora a sí mismo». (Fundido a negro) Plano americano. Imagen en blanco y negro. Se dibuja la estela de nuestro movimiento en un intento baldío de perseguir al Ahora; lo único que consiguen nuestros cuerpos es acoplarse a la cadencia del tango que acompaña a esta película. Las cartelas entre escenas se componen de mensajes inconclusos que llegan a un receptor confuso. (Corte) Plano secuencia de una carrera mirífica de une vampire y une fénix moviéndose por una foto inmóvil: saltos, resbalones, papelera, carrito de bebé a la fuga, aire sin aliento.

Se reanuda el tiempo cuando llegaron a la zona de embarque.

Aprovecho para calmar mi cuerpo (la velocidad vampírica resulta insólita, extenuante, misteriosa para cualquier criatura acostumbrada a un movimiento más pausado). Una respiración. Una respiración. Una conversación:

—Ey, Huyana, ¿qué tal? ¿Cómo tú por aquí? ¿También vas de viaje? No te había visto. —Finjo sorpresa al tiempo que me retiro el flequillo de la cara.

Sipo, puede ser que haya hecho esto para ver lo mal que actúa Huy. Mi placer culposo, lo siento.

Mis retinas presencian y graban en mi cerebro un primer plano del rostro de mi mejore amigue que se asemeja en demasía al de un hámster con la nariz torcida. Infla los mofletes. La diversión brilla en sus ojos.

—Hola, Samir. Bueno, verás —dice al tiempo que se mueve como un personaje pixelado de un videojuego—, he quedado con mi mejor amigue para irnos de viaje, pero es tan impuntual —me da un codazo— que no lo veo. Te contaré un secreto. —Guiña el ojo izquierdo dos veces—: Es un desastre ultramoderno y seguro que se ha entretenido con algún perrete que se haya encontrado por el lugar.

—¡No me digas! ¿Quieres que te ayude a encontrarle? —dibujo una expresión de sorpresa sobre la carcajada que amenaza con escapárseme de los labios.

—No te preocupes, le puedo llamar si veo que no llega. —Se acomoda las gafas con un gesto inconsciente—. Y respondiendo a tus preguntas: sí, claro que estoy de viaje, ¿qué haría sino en un aeropuerto esperando a embarcar? Ya que estás en la misma fila que yo —dice con su mejor tono académico—, entiendo que vas también a México, ¿verdad?

—Sí, allá voy. La verdad es que hace mucho que no tenía unas vacaciones y quería volver allá. Es un lugar mágico.

—Surrealista.

—Eso he oído. Pero, dime, qué es de tu vida.

—Creo que ya sabes todo de mí, Sam. Hemos hablado todas las semanas durante los últimos meses. —Se ha salido ya de la pantomima. Una pena, porque su último movimiento tipo muñeco de Toy Story ha sido épico.

—Lo sé, pero no me importaría tener una conversación cara a cara. Ya sabes, pudiendo ver tu expresión corporal, sin interrupciones por la vida adulta y del tirón.

—Parece un auténtico privilegio tener una amistad en este mundo, ¿eh?

—Y que lo digas. —Suspiro con el cansancio acumulado de todas las generaciones pasadas.

—Bueno —comienza a decir tomándome del brazo, como si fuésemos dos ancianas camino a la cafetería para echar unas partidas a las cartas—, después de doctorarme, conseguí que me contratasen en una universidad para cubrir una baja. Se me acaba de acabar el contrato. Han recortado en casi la mitad el presupuesto de mi departamento, por lo que el proyecto de investigación en el cual participaba también se ha acabado. Ahora estoy esperando la resolución de una beca postdoctoral. Y la espera la estoy llevando regular tirando a muy mal. Lo bueno es que, si todo va bien, voy a vivir con Ari y con Líz. —El punto y final casi lo he podido escuchar porque ha sido la bocanada de aire más grande que le he visto tomar desde que le conozco: ha dicho todo de carrerilla y sin respirar.

—Guau.

Su rostro contiene el oxímoron más grande de la historia de literatura.

—Sí, «guau»

Y con esa sola palabra, la cola de embarque se ha convertido en la crónica de un billete casi desaparecido, en ¿las gafas? Más perdidas que un libro en un minibar y en sueño de una mañana de primavera para une investigadores que se marchaba a su estancia posdoctoral. Esto le da mucha envidia a Huyana. Su desazón se ve pausado, porque en lo que dura un parpadeo nos dejan subir al avión.

—Es que es muy injusto —bufa Huy al tiempo que se deja caer sobre el asiento junto a la ventanilla—. Desde hace años, les investigadores españoles se tienen que ir al extranjero para que reconozcan, valoren y paguen su trabajo. El estado se ha olvidado de nosotre. Pero ahora. ¡Ay, ahora! Están esperando que investigadores extranjeres llenen el espacio que elles mismes han producido, a un costo menor (si es que es posible). ¿Y sabes? Se podría apoyar la investigación, invertir en talento nacional y extranjero al mismo tiempo. Podríamos tener equipos, proyectos, propósitos é-pi-cos. Creo que la colaboración es imprescindible. —Genera ruidos ininteligibles de pura frustración.

—Cada vez todo está peor. El mundo está agitado, irritable, deseando explotar.

—Y hablando de eso, ¿cómo va todo por el resort?

—Pues igual que el mundo.

—¿Y por qué no te rindes y empiezas de cero en cualquier lugar? —me pregunta sin mirarme a la cara, porque sé que es una duda que lleva mucho tiempo queriendo plantearme, pero no se atrevía.

—Supongo —comienzo a decir mirando al techo— que quiero demostrarme que puedo cambiar el mundo. —Hago una pausa en el discurso para exhalar todas las emociones que se acumulan en mis pulmones—. O por lo menos el de la gente que me importa.

Sé que no es la respuesta que busca. Sé que no puede encajar todas las piezas de mi rompecabezas. Sé que lo sabe. Sabemos que hay más, que esto no es realista, que soy una contradicción en mí mismo. Sin embargo, ahora mismo no me importa. De hecho, prefiero que lo piense así. La verdad es relativa, subjetiva cambia con la perspectiva, con el actante, con los recursos narrativos usados. Soy un maestre en controlar el discurso que proyecta mi sombra.

Esta parte de la historia va de Huyana. Es el ritmo correcto. Las cosas deben madurar. 



Ir al capítulo anterior. Leer siguiente.

Comentarios

Entradas populares