Capítulo 1 de '¿La amistad? Más torpe que un gamusino en patines'
Capítulo 1: A
vampire is stalking to me (not clickbait)
¿Cámara?
Cargada
¿Memoria?
Lista para llenarla de vídeos
La enciendo. Le doy a grabar. Plano general.
Aparece la entrada del aeropuerto de Gran Canaria. (Fundido a negro) Plano
Panorámico. El cielo. «Las nubes recorren el cielo con premura, en un intento
de atrapar el mundo en los cristales de agua que portan. ¿Será el preludio de
mi viaje con Huyana?». Me gusta el pensamiento. Lo recito en voz alta con la
carencia típica de documental de La 2. (Corte) Plano cenital de mis pies.
Observo cómo están pisando un billete… perdido de alguien o que no llegó a
tiempo a su vuelo o que, quien sea al llegar de una pieza tras una travesía
movidita, decidió deshacerse de él como si de su mala suerte se tratara. Muevo
los dedos mostrando inquietud. Tan solo unos segundos escasos de valor.
(Encadenado) Plano Corto en contra picado. El plano se abre desde mi reflejo en
la ventanilla de un coche. Contemplo el mundo a través de la pantalla de la
cámara: gente llegando al aeropuerto, taxis inconexos que beben de la fugacidad
del tiempo, mascotas que olfatean con curiosidad a unos transeúntes que jamás
volverán a ver. (Fundido).
Reviso la hora.
Quince minutos.
Supongo que resulta gracioso que Huy llegue
tarde. Más si tenemos en cuenta que llegó por la noche y se quedó a dormir en
un hotel de esta isla. Silbo al contrarritmo de los segundos. Cierto. El tiempo
es relativo. Huyana es la prueba viviente de ello. Su temporalidad es
surrealista, un laberinto con recodos donde los minutos desaparecen o avenidas
anchas donde las horas contienen el triple de minutos. «Afortunado es el hombre
que tiene tiempo para esperar» dijo alguna vez Calderón de la Barca. Una
pesante bastante curiosa, en especial tras la euforia de terminar La vida es sueño… Si supieras…, pero,
no, esa no es una historia para ahora mismo. No podría compartírtela en diez
minutos. Lo que sí te puedo contar es que lo que me hace gracia de que mi mejor
amigue llegue tarde es que, a diferencia de su caos, yo he conseguido salir de
trabajar, pillar un ferri y desayunar algo en una cafetería de un gran colega
que no queda muy lejos de aquí. Por todas las constelaciones, cocina delicioso.
Pues eso, que el tiempo es relativo.
Saco el móvil y comienzo a grabar un pequeño
vídeo-diario:
—1 de Abril. Hoy comienzan oficialmente mis
vacaciones, y creo que no hay mejor manera de disfrutarlas que pasar una parte
de ellas con Huyana. No sé cómo explicártelo. Verás, para mí es como si, con cada
paso que da a tu alrededor, desintonizara el contexto solapando las imágenes de
este mundo con el de Nunca Jamás hasta que la antena pilla bien la señal y tu
vida pasa a ser la aventura más grande
que pudieras imaginar.
»Nuestra primera parada será Ciudad de México.
No hay una razón concreta, el avión nos lleva hasta allá. El siguiente paso es
ir a Veracruz. Aquí están las raíces de Huy. Ese es todo el plan. En realidad
no sé si se le puede llamar plan. Hace unas cuantas décadas (creo que no un
siglo), visité la zona. Oh, ya lo recuerdo, cuando el exilio por la guerra
civil española. El caso es que le haré un poco de guía. Un poco solo, porque,
en principio, veremos algunes familiares lejanes suyes. Esto lo tiene que
explicar bien elle.
Corto.
La memoria es algo curioso y registrar parte de
mis vivencias ayuda bastante. No, no tengo ningún problema neurológico, pero sí
más de un siglo a las espaldas. Risas enlatadas. Hay cosas realmente curiosas,
por ejemplo, hay especialistas que sostienen que lo primero que se olvida de
una persona es la voz; y justo fue la voz lo que se pudo grabar antes que la
imagen —hablo del cine y no de la fotografía, claro—. A veces daría lo que
fuera por poder tener pequeñas grabaciones de cuando me encontraron mis
neidres. De primeras veces, como cuando me llevaron a la montaña a ver nieve o aquella
tarta de aquel cumpleaños tan especial que celebré con elles… Por suerte, tengo
la infancia y adolescencia de Líz bien documentada.
Me siento en el suelo con la espalda pegada a
la cristalera del aeropuerto. Llevo demasiado tiempo sin transformarme en
fénix, creo que me está empanzando a doler hasta el carnet de identidad. Jesús,
bendito, Esto con cinto cincuenta años no me pasaba… Ni con doscientos, todo
sea dicho de paso. Este trabajo me va a matar. Lo peor es que estoy aquí por
elección propia. Mi propia penitencia a medida. En realidad, espero que no lo
sea. No sé si te acuerdas de aquella manifestación que hubo el verano del año
pasado. Bueno, conseguimos algunos avances en derechos. Sin embargo, los
gerentes (y también la junta) se están poniendo muy tiquismiquis. Entre otras
cosas, están animando a sus clientes más importantes a escribir quejas formales
sobre el personal. Da la casualidad que todas y cada una de ellas está dirigida
a cada une de les que formamos parte de aquella manifestación. Por supuesto, no
tenemos pruebas, solo certezas. Y demasiadas casualidades juntas. Sin embargo,
no van a conseguir que paremos en nuestro empeño de conseguir unas condiciones
de trabajo dignas…
En algún momento, llegará mi momento.
Un minuto.
«Los amigos se convierten con frecuencia en
ladrones de nuestro tiempo». (Platón)
Me levanto. Sacudo mis pantalones. Acomodo mi
mochila enorme para viajeros —¡Sorpresa! ¡Llevo equipaje!—. Me dirijo a la
parada de la guagua. Bingo. Veo a Huy bajarse con una maleta colosal. Lleva
unos pantalones anchos de retazos con estampados diferentes en una bonita gama
de negros, blancos y grises. En la parte superior viste una camisa extragrande
que le llega justo a hasta la cintura. Por supuesto, en su rostro no faltan sus
características gafas de sol al estilo Crowley. Su sonrisa se ensancha en
cuanto aparezco en su campo de visión. Toma la maleta como si de una pluma se
tratase y corre a mis brazos. Le estrecho con fuerza. Nos hemos echado de
menos.
—Hola, tú. —Le digo con una sonrisa socarrona.
—Hola, tú. —Me dice palmeando mi espalda con
mucha animosidad.
—Llegas justo a tiempo. Es nuestra hora para
facturar el equipaje. —Sin perder tiempo me arrastra hacia dentro. Se podría
decir que nos lleva en volandas a mí y a la maleta. Por ello, casi somos de los
primeres en la fila.
«El caprichoso tiempo se devora a sí mismo».
(Fundido a negro) Plano americano. Imagen en blanco y negro. Se dibuja la
estela de nuestro movimiento en un intento baldío de perseguir al Ahora; lo
único que consiguen nuestros cuerpos es acoplarse a la cadencia del tango que
acompaña a esta película. Las cartelas entre escenas se componen de mensajes
inconclusos que llegan a un receptor confuso. (Corte) Plano secuencia de una
carrera mirífica de une vampire y une fénix moviéndose por una foto inmóvil:
saltos, resbalones, papelera, carrito de bebé a la fuga, aire sin aliento.
Se reanuda el tiempo cuando llegaron a la zona
de embarque.
Aprovecho para calmar mi cuerpo (la velocidad
vampírica resulta insólita, extenuante, misteriosa para cualquier criatura
acostumbrada a un movimiento más pausado). Una respiración. Una respiración.
Una conversación:
—Ey, Huyana, ¿qué tal? ¿Cómo tú por aquí?
¿También vas de viaje? No te había visto. —Finjo sorpresa al tiempo que me
retiro el flequillo de la cara.
Sipo, puede ser que haya hecho esto para ver lo
mal que actúa Huy. Mi placer culposo, lo siento.
Mis retinas presencian y graban en mi cerebro
un primer plano del rostro de mi mejore amigue que se asemeja en demasía al de
un hámster con la nariz torcida. Infla los mofletes. La diversión brilla en sus
ojos.
—Hola, Samir. Bueno, verás —dice al tiempo que
se mueve como un personaje pixelado de un videojuego—, he quedado con mi mejor
amigue para irnos de viaje, pero es tan impuntual —me da un codazo— que no lo
veo. Te contaré un secreto. —Guiña el ojo izquierdo dos veces—: Es un desastre
ultramoderno y seguro que se ha entretenido con algún perrete que se haya
encontrado por el lugar.
—¡No me digas! ¿Quieres que te ayude a
encontrarle? —dibujo una expresión de sorpresa sobre la carcajada que amenaza
con escapárseme de los labios.
—No te preocupes, le puedo llamar si veo que no
llega. —Se acomoda las gafas con un gesto inconsciente—. Y respondiendo a tus
preguntas: sí, claro que estoy de viaje, ¿qué haría sino en un aeropuerto
esperando a embarcar? Ya que estás en la misma fila que yo —dice con su mejor tono
académico—, entiendo que vas también a México, ¿verdad?
—Sí, allá voy. La verdad es que hace mucho que
no tenía unas vacaciones y quería volver allá. Es un lugar mágico.
—Surrealista.
—Eso he oído. Pero, dime, qué es de tu vida.
—Creo que ya sabes todo de mí, Sam. Hemos
hablado todas las semanas durante los últimos meses. —Se ha salido ya de la
pantomima. Una pena, porque su último movimiento tipo muñeco de Toy Story ha sido épico.
—Lo sé, pero no me importaría tener una
conversación cara a cara. Ya sabes, pudiendo ver tu expresión corporal, sin
interrupciones por la vida adulta y del tirón.
—Parece un auténtico privilegio tener una
amistad en este mundo, ¿eh?
—Y que lo digas. —Suspiro con el cansancio
acumulado de todas las generaciones pasadas.
—Bueno —comienza a decir tomándome del brazo,
como si fuésemos dos ancianas camino a la cafetería para echar unas partidas a
las cartas—, después de doctorarme, conseguí que me contratasen en una
universidad para cubrir una baja. Se me acaba de acabar el contrato. Han
recortado en casi la mitad el presupuesto de mi departamento, por lo que el
proyecto de investigación en el cual participaba también se ha acabado. Ahora
estoy esperando la resolución de una beca postdoctoral. Y la espera la estoy
llevando regular tirando a muy mal. Lo bueno es que, si todo va bien, voy a
vivir con Ari y con Líz. —El punto y final casi lo he podido escuchar porque ha
sido la bocanada de aire más grande que le he visto tomar desde que le conozco:
ha dicho todo de carrerilla y sin respirar.
—Guau.
Su rostro contiene el oxímoron más grande de la
historia de literatura.
—Sí, «guau»
Y con esa sola palabra, la cola de embarque se
ha convertido en la crónica de un billete
casi desaparecido, en ¿las gafas? Más
perdidas que un libro en un minibar y en
sueño de una mañana de primavera para une investigadores que se marchaba a
su estancia posdoctoral. Esto le da mucha envidia a Huyana. Su desazón se ve
pausado, porque en lo que dura un parpadeo nos dejan subir al avión.
—Es que es muy injusto —bufa Huy al tiempo que
se deja caer sobre el asiento junto a la ventanilla—. Desde hace años, les
investigadores españoles se tienen que ir al extranjero para que reconozcan,
valoren y paguen su trabajo. El estado se ha olvidado de nosotre. Pero ahora.
¡Ay, ahora! Están esperando que investigadores extranjeres llenen el espacio
que elles mismes han producido, a un costo menor (si es que es posible). ¿Y
sabes? Se podría apoyar la investigación, invertir en talento nacional y
extranjero al mismo tiempo. Podríamos tener equipos, proyectos, propósitos
é-pi-cos. Creo que la colaboración es imprescindible. —Genera ruidos
ininteligibles de pura frustración.
—Cada vez todo está peor. El mundo está
agitado, irritable, deseando explotar.
—Y hablando de eso, ¿cómo va todo por el
resort?
—Pues igual que el mundo.
—¿Y por qué no te rindes y empiezas de cero en
cualquier lugar? —me pregunta sin mirarme a la cara, porque sé que es una duda
que lleva mucho tiempo queriendo plantearme, pero no se atrevía.
—Supongo —comienzo a decir mirando al techo—
que quiero demostrarme que puedo cambiar el mundo. —Hago una pausa en el
discurso para exhalar todas las emociones que se acumulan en mis pulmones—. O
por lo menos el de la gente que me importa.
Sé que no es la respuesta que busca. Sé que no
puede encajar todas las piezas de mi rompecabezas. Sé que lo sabe. Sabemos que
hay más, que esto no es realista, que soy una contradicción en mí mismo. Sin
embargo, ahora mismo no me importa. De hecho, prefiero que lo piense así. La
verdad es relativa, subjetiva cambia con la perspectiva, con el actante, con
los recursos narrativos usados. Soy un maestre en controlar el discurso que
proyecta mi sombra.
Esta parte de la historia va de Huyana. Es el ritmo correcto. Las cosas deben madurar.



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